Ayer El Regional de Piura daba cuenta (video incluido) del nacimiento en Sullana de un pato con cuatro patas. Lima puede jactarse de un fenómeno más extraordinario: en Palacio de Gobierno sobrevive un pato (y una pata) sin patas.
Lame duck (pato cojo) se usa en la jerga política gringa para dar cuenta de un gobernante de salida, al que ya no muchos le hacen caso y que, por tanto, no puede hacer grandes cosas.
La expresión se queda corta para lo que hoy el presidente Ollanta Humala y su esposa, Nadine Heredia, experimentan. Ellos son, más bien, patos que nunca tuvieron alas y que, ahora, ya ni patas tienen. Se dieron la maña de perder a sus antiguos patas y nunca ganar nuevos. El 13% de aprobación y la merma (cuasi pérdida) de su bancada son testigos de su soledad.
No se puede gobernar un país con eficacia en esas condiciones. Desde hace unas semanas la confrontación e incertidumbre en torno al Lote 192 y, ahora, la tragedia del proyecto minero Las Bambas son claros ejemplos. (Sobre esto último es imperdonable que, por falta de profesionalismo, en lugar de dispersar a las turbas y detener a los cabecillas, haya cuatro muertos, agudizando el conflicto y dándoles en la yema del gusto a los más radicales antimineros).
Menos aún, le podemos pedir a Humala, estando como está, resultados en seguridad ciudadana o economía. A propósito de lo primero, ha hecho bien Humala en cuestionar la demagogia de Alan García y otros candidatos cuando dicen que las Fuerzas Armadas solucionarán la inseguridad. (Pero, ¿quién le cree a un presidente sin patas?)
Aun así, hay algunos mínimos que el jefe de Estado nos tiene que garantizar antes de irse: prevención frente al fenómeno de El Niño, institucionalidad de las Fuerzas Armadas (dejando de favorecer a su “promo”) y elecciones limpias.
Esas cosas las puede hacer un pato sin patas y quizás haciéndolas consiga algunos patas cuando llegue la certeza de que se va.
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