Alan García entra a esta contienda con problemas serios. Es considerado el político más corrupto y tiene un antivoto del 70%. Los ecos de su primer gobierno, reforzados por ‘petroaudios’ y ‘narcoindultos’, han construido una imagen difícil de revertir. Sobre esto último, no es poca cosa que Facundo Chinguel esté preso y el fiscal pida 17 años de cárcel.
En lo otro, si bien los ‘petroaudios’ se eliminaron como prueba, existe daño por la percepción de corrupción impune.
Más coyuntural, pero también dañina, fue la declaración (quizás fanfarronería) del narco procesado Oropeza, de sabida raigambre aprista, diciendo que el “tío Alan y su batería” lo iban a ayudar.
La cosa ya venía difícil, pero sabemos que García es un muy buen candidato y que el Apra es fuerte. Por ello, cuando lanzaron la candidatura, esperábamos un efecto en las encuestas. Ocurrió, pero en el sentido opuesto: García fue desplazado por Acuña al cuarto lugar.
Y la mala racha siguió. El Plan Bicentenario es, en más de una tercera parte, un plagio. Encima Del Castillo y Mulder se pelean públicamente sobre si el Plan era o no del partido. Ninguno gana, pierde el candidato.
Sumémosle la muerte de Agustín Mantilla, que le genera a García un doble problema. Hacia adentro, porque muchos en el Apra le reclaman que no fue leal con él. Hacia afuera, porque vuelve a traer a la mente la matanza de los penales, el Comando Rodrigo Franco y la prisión de quien recibió dinero de Montesinos para la campaña del Apra.
Cereza de la torta: su casi aliado, el PPC, ideal para dar imagen de amplitud, está en una crisis de aquellas. Así, de poco sirve, más aún habiendo un sector que ya dijo no al Apra. Hoy por hoy, García solo tiene de aliado a Kouri, que resta más que suma.
¿Podrá remontar esta racha? Nada está dicho hasta que sucede, pero creo que la cosa viene cuesta arriba.
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