En el Perú, Kuczynski es el presidente, pero la política gira en torno al ritmo de la china. Keiko Fujimori decide cuándo colaborar o cuándo atacar. Con el Congreso a su favor, ella puede proponer y aprobar legislación propia sin trabas. Vale la pena recordar que ella ofreció implementar su plan de gobierno desde el Congreso.
Sin embargo, el fujimorismo se ha dedicado más a atacar y poco a proponer. Esta situación no solo denota poder, sino también falta de ideas acerca de qué hacer con ese poder. No ha habido una iniciativa fujimorista decidida acerca de alguna gran reforma. Las pocas iniciativas parecen dar cuenta de su cercanía con intereses particulares y hasta con poderes de dudosa reputación.
En Lima, Castañeda lleva más de 10 años como alcalde. En todo este tiempo, la gestión amarilla no ha mejorado un ápice la calidad de vida de los vecinos. Las obras de cemento, la máxima idea de progreso para Castañeda, no son suficientes en una Lima atorada de tráfico y de informalidad. Al “mejor alcalde de todos los tiempos” no le interesa mejorar algún aspecto relevante de la ciudad y gestiona la ciudad más para los intereses de informales que para los de los vecinos.
Algunos críticos de la gestión de Kuczynski parecen pensar que habría sido mejor un gobierno de Fujimori con mayoría en el Congreso. Es muy difícil saberlo porque nunca podemos observar el mundo contrafáctico; es decir, la situación de qué habría pasado si Fujimori hubiera ganado: ¿cómo habría gobernado? Un acercamiento a esta realidad alternativa parece ser la gestión de Castañeda en Lima. Ambos líderes comparten gestiones sin ideas y visión de futuro, atadas a intereses particulares en contra del interés general, y con dos líderes mudos que rehúyen de dar explicaciones acerca de cómo manejan el poder que legítimamente han adquirido.
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