La huelga de maestros ha puesto la capacidad del gobierno contra la pared. Mientras la ministra Martens firmaba acuerdos para empezar clases en unas regiones, otras zonas continuaban la paralización. Mientras el presidente conversaba con unos dirigentes, en la calle otros líderes desconocían a los que estaban reunidos y anunciaban que no iban a acatar los acuerdos. El posterior anuncio del primer ministro Fernando Zavala no dio por finalizada la huelga. El semblante de la Ministra de Educación, con un rictus propio de haber sido desbordada, era muestra del caos en el Ejecutivo.
Para los tecnócratas dentro del Ejecutivo, lidiar con este tipo de protestas se ha hecho sumamente complicado. De un lado tenemos una representación partida, y del otro tenemos tecnócratas poco experimentados para este tipo de negociaciones.
La representación está partida en términos geográficos y dirigenciales. Las demandas del sur no son las mismas que las del norte. La dirigencia del CEN del Sutep es otra cosa que la del Conare. El Comité Nacional de Lucha no es una entidad reconocida. Esta fragmentación es un indicador de las pugnas por el poder (y por los recursos económicos) entre estas facciones de la representación. La huelga, en este contexto, también es un ajuste de cuentas entre grupos dirigenciales. ¿Cómo negociar con este mundo sindical fragmentado?
La tecnocracia no lo sabe pues está acostumbrada a negociar, por ejemplo, tratados comerciales con agentes predecibles. Cuando los tecnócratas tienen que enfrentar estos contextos, con actores inestables y atomizados, no dan pie con bola. El entrenamiento en las mejores Escuelas de Gobierno o de Negocios del mundo no ofrece, al parecer, las herramientas para enfrentar estas situaciones. “No puedes dirigir si no puedes negociar”, dice el lema de una de estas Escuelas de Gobierno. Para el presidente, este lema se ha trastocado: no va a poder negociar si él mismo no dirige.
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