El tema del indulto a Alberto Fujimori vuelve otra vez a estar en agenda. Para algunos la liberación de Fujimori está en manos de la bancada fujimorista. Para otros la responsabilidad la tiene el presidente Kuczynski. Para tomar esta decisión, se dice, debería sopesar el futuro de su gobierno y la relación con el fujimorismo. Los más optimistas creen que con este arreglo el país volvería a la senda de la gobernabilidad y del crecimiento económico.
Si no lo hace, los más sentimentales arguyen que estaría cometiendo una injusticia con una persona que hizo bien al país, que es un adulto mayor y que está enfermo. Bajo esta mirada, Kuczynski sería un insensible y presa del revanchismo caviar.
La libertad de Fujimori sería más una decisión de otros y menos una consecuencia de sus propias acciones u omisiones. Es cierto que el presidente Kuczynski tiene la prerrogativa del indulto por razones humanitarias, cuando Fujimori cumpla las condiciones. Pero, en primer lugar, Fujimori está donde está por sus propias acciones.
Este caso es un ejemplo de cómo algunas personas tienden a no asumir sus responsabilidades y buscan atribuir a otros las consecuencias negativas de sus propias acciones. Esta reacción buscaría cambiar la perspectiva de uno mismo para pasar de ser culpable a ser víctima.
Esta tendencia a culpar a otros por las consecuencias de las propias acciones es común en niños y en personas inmaduras. Esto parece otro signo más de lo que Carlos Iván Degregori denominaba como la infantilización de la política peruana. Toledo culpa al fujimorismo de su suerte judicial. Humala culpa a Alan García de las nuevas evidencias en su contra en el caso Madre Mía. Sin duda estamos rodeados de políticos incapaces de reconocer sus errores y delitos. En política, somos aún una sociedad en pañales.
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