22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Según diferentes mediciones, el Ejército es una de las instituciones que genera mayor confianza en la ciudadanía. Los peruanos valoramos el orden, la disciplina y la virilidad inherentes a la formación castrense. Estos valores atraen la atención de padres que quisieran ver a sus hijos como machos con autoridad. Desde hace décadas, el Ejército es repositorio de jóvenes descarriados, de potenciales pandilleros. La idea es que la institución castrense rehabilite a estas personas y los devuelva a la sociedad como hombres de bien.

Desde hace décadas también, el Ejército emplea métodos de entrenamiento brutales. A través de estos maltratos, los jóvenes se harían hombres y entenderían que el desacato a las órdenes del superior tiene como consecuencia castigos físicos.

Lo más probable es que estos castigos físicos hayan sido la causa de la muerte de cuatro cabos en la playa de Marbella. Ese viernes, un grupo de ocho soldados, de 40 que estaban entrenando, entraron a las peligrosas aguas de esta playa, quizá por desacato a las órdenes de algún superior o porque un superior pensó que entrar al mar en invierno es de machos alfa. La primera explicación que circuló fue que estos jóvenes bajaron a tomarse fotos y una ola los arrastró. Otra práctica común en el Ejército es la de deslindar responsabilidades.

Esta noticia pronto saldrá de las primeras planas, pero las prácticas de entrenamiento abusivo perdurarán en el Ejército, porque así se entiende que debe ser un entrenamiento exigente para formar a hombres de bien. Y la sociedad seguirá pensando que estos métodos de golpe y grito son la mejor manera de formar la personalidad de nuestros niños y jóvenes. Como dijo Vargas Llosa hace décadas: “Y lo que importa en el Ejército es ser bien macho, tener unos huevos de acero, ¿comprendes?”.


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