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Opinión

Alan García en la última elección alcanzó solo el 4.8% de los votos emitidos. Este magro porcentaje contrasta con el 20.4% de la primera vuelta de 2006. En ese año, García logró con una posición de centro que los ciudadanos suspendieran sus malos recuerdos de su primer gobierno y que prefirieran el “cambio responsable” al “salto al vacío”. Los casos de corrupción asociados a su primer gobierno abundaban. Fernando Olivera se encargó de recordarnos la lista en el debate de 2016.

Las elecciones son competencias donde los ciudadanos mezclan razón y emoción. En el 2006, Humala era la encarnación del miedo. García hábilmente logró que ese miedo fuera más grande que la aversión hacia su persona. Frente a la cédula de votación, poniendo en la balanza pros y contras, uno se puede imaginar a muchas personas marcando la estrella con un mohín de disgusto (ag!!).

Una vez acabado el mandato supimos de los narcoindultos, y ahora con el caso Odebrecht, hay mucho más por saber. Alan García es ahora para muchos AG. Los electores de García son responsables de su voto, pero no de los actos de su gobierno. Lo curioso es que, si de García se manejaba incluso más información que de Humala, ¿por qué juzgar a los electores de Humala más ácidamente que a los de García?

Casi 52% votaron por García en la segunda vuelta de 2011. Muchos ahora se pueden arrepentir, y más cuando se levante el secreto de las delaciones del caso Odebrecht, pero lo cierto es que en ese momento votaron en esa dirección pues es lo que había. El sistema político y judicial es el que pone a los ciudadanos en esa encrucijada en cada elección. Como burdamente lo expresó Vargas Llosa, solemos tener que elegir entre el cáncer y el sida. Que no se culpe al paciente, sino a la enfermedad.


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