El columnista del diario El País John Carlin, “Una farsa basada en una mentira”, acierta en un reciente artículo cuando explica que la contienda electoral más mediática del mundo, la de Estados Unidos (USA en inglés), se trata de una competencia para uno de los cargos en el cual quien gane las elecciones tendrá poco poder comparado al que tienen la mayoría de los jefes de gobierno de las democracias del mundo.
USA es una superpotencia a nivel militar, económico y cultural, y seguirá siendo un referente en todo el planeta por largo tiempo. Por supuesto, su presidente tiene un gran peso en asuntos internacionales, sea por acción u omisión; pero en lo que se refiere a las promesas de campaña en asuntos de educación, inversión social y generación de grandes planes a nivel nacional, el Ejecutivo de ese país tiene una injerencia muy limitada porque cada uno de los 50 estados disfruta de gran autonomía, por lo cual las decisiones de sus gobernadores y congresos estatales son mucho más determinantes de lo que se decide desde Washington, en el Congreso o en la Casa Blanca.
Dada esta usanza del sistema político de USA, el presidente no puede tomar acciones sin apoyo mayoritario del Senado y de la cámara baja del Congreso o si la Corte Suprema de Justicia las declara improcedentes.
Los estadounidenses sobreestiman el poder del presidente, y si supieran que lo hacen, sería un alivio para quienes temen por una victoria de Trump. Si se diese el terrorífico escenario de un megalómano en el poder de USA, esperemos que las usanzas democráticas de ese país nos ahorren, también al resto de los mortales del planeta, los delirios de un personaje “chavista-berlusconiano-putinesco”.
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