22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Como si no fueran suficientes los referéndums (vinculantes o simbólicos) realizados este año, como el Brexit, el plan de paz Santos-FARC, etc., el domingo pasado la mayoría de los italianos manifestó en las urnas que no quiere cambiar el sistema político, tal como lo planteó su primer ministro Matteo Renzi, quien tuvo que renunciar –como prometió en caso de perder–, acrecentando la inestabilidad política y económica del país.

Renzi propuso reformar varios artículos de la Constitución para modificar el sistema bicameral reduciendo el número de miembros del Senado y acabando su poder de veto, lo cual hubiese permitido solo a la Cámara de Diputados debatir y decidir las leyes. La complejidad del sistema político ha causado que Italia haya tenido, desde el fin de la II Guerra Mundial, 63 gobiernos por crisis que obligaron a adelantar las elecciones.

En el artículo “La Grandeza de Italia”, escrito en la última década del siglo XX, el filósofo hispano-venezolano Juan Nuño expresó: “En la sabia y milenaria Italia, la de los emperadores y condottieri (mercenarios). La de los papas y los mecenas, el gobierno hace que gobierna: emite leyes que nadie cumple, establece impuestos que nadie paga y le presta más atención al campeonato de fútbol que al loco de Gadafi: santa sabiduría italiana. Han colocado al gobierno en su lugar: a la altura de la Cicciolina (actriz pornográfica que fue electa al Parlamento en 1987)…”.

Los italianos han ratificado lo que Nuño expresa, pero esta vez en la Europa del 2017. Colocar al gobierno a la altura de la Cicciolina puede generar que un partido populista de derecha o izquierda los obligue a tomar más en serio las consecuencias de la política.


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