En la antesala de las más críticas elecciones de Estados Unidos (EE.UU.), lo que ocurre en países como Venezuela y Siria ejemplifica por qué es tan importante lo que ocurra en la potencia norteamericana.
En Venezuela no solo se juega si habrá democracia, sino también si se agravará la peor crisis humanitaria de su historia (hambre, carencia de productos básicos, violencia, etc.) Un gobierno con métodos fascistas se niega a medirse electoralmente con la oposición, como lo establece la Constitución, a través de un referéndum revocatorio. La tabla de salvación que otorgó la mediación del papa entrampa a la variopinta oposición ante un régimen que ya ha demostrado en hechos y discurso que sigue la vía de Lenin: se dialoga con “enemigos de la revolución” solo para ganar tiempo hasta poder destruirlos. Los dirigentes de oposición deben balancear el clamor de las mayorías que exigen mantener activa la calle y acciones de desobediencia civil, con una negociación que genere, rápido, salidas reales a la crisis.
En la ciudad de Alepo, la segunda más poblada de Siria, aviones del régimen de al-Assad y de Rusia bombardean sin tregua a grupos resistentes contra la dictadura (la mayoría laicos y no del Estado Islámico), provocando una de las peores masacres de civiles desde la Segunda Guerra Mundial aunque EE.UU., la Unión Europea y la ONU han exigido a Putin evitar estas matanzas indiscriminadas.
El neo-zar ruso hace oídos sordos y cuenta con la “gracia” de la calle occidental, que estaría organizando protestas si un bombardeo mucho menor fuese ejecutado por los “imperialistas” EE.UU., Israel o Gran Bretaña.
Con los Putin, al-Assad, Maduro, otros gobernantes crueles y grupos como ISIS, Al Qaeda, etc., la victoria de un desequilibrado y desenfrenado personaje como Trump en la gran potencia mundial sería un factor más de gran peligro.
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