Theresa May tuvo un mal mes de junio. La primer ministro de Reino Unido (Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte) decidió convocar a elecciones parlamentarias confiando en que obtendría más escaños que David Cameron, quien renunció a ese cargo tras fracasar en impedir el Brexit en el referéndum del año pasado. May fue elegida por el Partido Conservador (PC) para sustituir a Cameron, pero no pudo sostener la mayoría absoluta conservadora que le legó su antecesor en la cámara de los comunes. Ahora el PC depende de una alianza con el Partido Democrático Unionista de Irlanda del Norte (DUP) para seguir gobernando.
¿Por qué May se arriesgó a apostar por una elección innecesaria?
Ella quería ostentar un mandato propio y no heredado para negociar el retiro de Reino Unido de la Unión Europea (UE). May confió en algo tan efímero como la popularidad ya que las encuestas le daban una votación abrumadora al PC, pero las tendencias cambiaron y ahora debilitó a su partido oxigenando a su rival laborista, Jeremy Corbyn, a quien buena parte de los miembros del PC querían expectorar por su excesivo populismo.
May ganó perdiendo y muchos plantean que esta es una buena oportunidad para replantearse el Brexit. Su probable aliado de gobierno, el DUP, es un partido protestante, muy conservador, que apoyó el Brexit, aunque se niega a mayores cambios fronterizos con la sureña vecina República de Irlanda, miembro de la UE. ¿Podrá este factor irlandés, junto a los conservadores pro-UE y la gente joven que se abstuvo en el referéndum del Brexit para luego lamentarlo, convencer a ella y al DUP de convocar a una nueva votación para saber qué quieren los británicos sobre su relación con la UE?
May tiene pocos días para contestar esta interrogante.
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