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Opinión

Durante la Eurocopa Francia 2016 fuimos testigos de una revolución islandesa realizada por hombres con espíritu combativo como el de sus antecesores los vikingos, y hay que reconocer que junto a Gales, la selección de Islandia, país con solo 320,000 ciudadanos, hizo una revolución futbolística. Sin embargo, Islandia tuvo dos revoluciones políticas y económicas modernas que levantaron los cimientos de emerger, exitosamente, de la crisis financiera de 2008.

La primera fue la “revolución de las cacerolas” cuando apenas colapsaron los tres bancos más importantes de Islandia, miles de personas se abalanzaron a sus locales protestando para que les devolvieran su dinero. Esto condujo a días de vigilia exigiendo la renuncia y enjuiciamiento de los banqueros y del gobierno, con lo cual los ciudadanos lograron la convocatoria a un referéndum, en 2009, para votar si el país debía pagar a sus acreedores la totalidad de la deuda en las condiciones que estos exigían. Luego de un contundente NO, se formó un gobierno de transición liderado por una mujer, Jóhanna Sigurðardóttir (la primer primera ministra del mundo abiertamente homosexual y la segunda en un puesto del Ejecutivo desde que Vigdís Finnbogadóttir fue electa por el Parlamento en la función simbólica de la presidencia del país en 1980).

Durante el gobierno de Sigurðardóttir, ratificada en el cargo hasta 2013, ocurrió una segunda revolución de las mujeres, porque ya en 1974 el movimiento feminista llamado “Calcetines Rojos” paralizó al país con una huelga exigiendo la igualdad de género en todos los empleos, especialmente en la política.
Ese es el origen de la tercera revolución que trataremos en el próximo artículo.


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