Uno de los riesgos de familiarizarse con las noticias es el de toparse con una como esta: “Un diputado muerto presidirá por unos meses la Asamblea Nacional de Nicaragua”. Ante la curiosidad de semejante dislate, nos enteramos de que el Frente Sandinista (FS), mayoría en el Parlamento de la autocracia electoral de Daniel Ortega, quien controla a todos los poderes del Estado desde el 2007, decidió que hasta el 10 de enero de 2017 el fallecido titular del Legislativo, René Núñez, siga en funciones.
¿Deberíamos sorprendernos de que eso ocurra en una cultura necrófila de izquierda trasnochada como la de los más radicales y oportunistas miembros del FS, cuando tienen una obsesión con la inmortalidad? Después de todo, ellos conmemoran, anualmente, el aniversario del “tránsito a la inmortalidad” de su idealizado héroe Augusto César Sandino, y gradualmente van agregando a su galería de “inmortales” a otros de sus miembros, como al primer presidente de la Asamblea Nacional posrevolucionaria, Carlos Núñez Téllez; al ex ministro del Interior Tomás Borge, en 2012, y a referentes como Hugo Chávez, a quien la primera dama y candidata a la vicepresidencia para seguir cogobernando con Ortega, Rosa Murillo, reconoció como “uno de los muertos que no mueren”.
¿Es la inmortalidad una obsesión impuesta en Nicaragua por la “compañera Murillo”, conocida por su religión sincrética que combina el catolicismo con prácticas esotéricas (incluyendo la brujería) y velas al “santo” Sandino?, o ¿es parte del comunismo antiguo que ha endiosado al “padrecito” Stalin, al “comandante pacifista” (¡qué oxímoron!) Che Guevara, a la dinastía “divina” norcoreana, etc.?
Para entender acudamos a escritores surrealistas, de realismo mágico o al autor de La Inmortalidad, Milan Kundera.
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