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Opinión

Donald Trump anunció que su abogado judío, David Friedman, será el próximo embajador de Estados Unidos en Israel. El nombramiento de Friedman, David, es controversial porque no tiene ninguna experiencia diplomática y sobre todo porque ha expresado estar de acuerdo con la política de construcción de asentamientos del actual gobierno israelí en Cisjordania, territorio en disputa con los palestinos.

Por otro lado, el también estadounidense y judío Thomas Friedman, ex corresponsal en Beirut y Jerusalén del The New York Times, aun columnista de ese diario, no puede estar más en las antípodas de la postura del futuro embajador de su país en Israel. Friedman, Thomas, escribió una crítica columna titulada “Netanyahu, Primer Ministro del Estado de Israel-Palestina” (25-05-16), explicando que de facto, Netanyahu está sepultando la política de sus antecesores en el cargo de dos estados para dos pueblos, convirtiendo a Israel, gradualmente, en un Estado binacional, siempre haciendo creer que pronto negociará territorios por paz “solo para mantenerse en donde está, balanceándose entre sus rivales para él sobrevivir políticamente”.

Las posturas de los dos Friedman son emblemáticas del debate entre los israelíes y judíos del mundo que se centra en el derecho histórico de dos pueblos sobre una misma tierra y que solo con estadistas como Rabin y Peres, con los acuerdos de paz con los palestinos de 1994, demostraron que hace falta estadistas para confrontar el momento de la verdad.

Quizá para que el realismo de Thomas, y no la visión parcializada de David, quede como referencia, Obama no vetó la reciente resolución que critica los asentamientos que Netanyahu, hábil político pero no estadista, no quiere o no se atreve a desmantelar.


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