El judaísmo tiene una obsesión con el recibimiento a los extranjeros: “Tratadlo como a uno de vosotros; amadlo pues es como vosotros. Además, vosotros fuisteis extranjeros en Egipto” (Levítico 19:33-34). Luego el cristianismo y el islam también adoptaron estos valores, pero, desde el punto de vista jurídico, fueron los griegos y romanos – bajo el concepto de civilidad (ser buenos ciudadanos)– los primeros en crear zonas de asilo cuyo territorio era inviolable y estaba prohibida la persecución.
Los refugiados del Medio Oriente y África que escapan de zonas de conflicto llegan a Europa por los mares de Grecia e Italia por razones de cercanía geográfica, pero ahora que la mayoría de los países de ese continente han reducido la cuota que habían prometido recibir en 2015, el peso de mantenerlos ha recaído, justamente, en esos dos países. En 2016, la Guardia Costera italiana marcó un récord de salvamento de refugiados al socorrer a unas 180 mil personas. En 1,400 operaciones de salvamento, un promedio de cuatro por día, navíos italianos fueron a la búsqueda de las frágiles embarcaciones en donde inescrupulosos traficantes venden “puestos” al doble o triple de su capacidad. Por eso, también este año se dio la más alta tasa de víctimas por naufragios: más de 4,500 víctimas, resultado de más personas en menos barcos.
Aunque los gobiernos de Roma y Atenas exigen a sus pares de Europa recibir más refugiados porque no pueden mantenerlos en centros de tránsito bien condicionados, islas griegas como Lesbos, Chio, Samos, Rodas, etc.; y las italianas de Lampedusa y Sicilia. Los gobernantes europeos hablan mucho de los refugiados, pero quienes los salvan y reciben, mientras lentamente se deportan a Turquía a varios de ellos, son los descendientes de quienes introdujeron el concepto de civilidad en Occidente.
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