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Opinión

Ya pasaron tres semanas desde que siete países árabes rompieron relaciones con Catar. Estas son la potencia teocrática sunita del golfo Pérsico: Arabia Saudí; dos monarquías vecinas del mismo tipo de régimen que siguen sus directrices: Emiratos Árabes Unidos y Baréin; Egipto; las distantes islas Maldivas, y dos gobiernos sin mayor poder en su territorio por severas guerras civiles: Libia y Yemen.

Inicialmente, la excusa de apoyo al terrorismo que argumentaron los saudíes para aislar a Catar (que comparte la misma doctrina radical del islam surgida en el siglo XVIII: el wahabismo) no resiste mayor fundamento, ya que Arabia Saudí continúa propagándola (la doctrina) a varios países del mundo. La monarquía fundamentalista saudí no tiene la autoridad moral para denunciar a los cataríes de semejante acusación.

Ahora que Kuwait actúa como mediador del conflicto, se hacen claras, en una lista de trece demandas exigidas a Catar, las principales motivaciones para acorralar a este pequeño pero rico país:

- Arabia Saudí, como el gran poder sunita de la región, exige que Catar minimice sus buenas relaciones con Irán, la potencia chiíta con la que cortó relaciones en enero de 2016, sobre todo aquellos proyectos petroleros conjuntos entre los cataríes y los persas.

- Ni los saudíes ni los egipcios, como potencias árabes del Medio Oriente, exigen a Catar anular un acuerdo para que Turquía, país no árabe, construya una base militar en su territorio.

- Los países del golfo demandan el cierre de la cadena de noticias en árabe Al Jazeera porque su cobertura debilita a gobiernos tiranos basados en la religión o, como Egipto, dictaduras militares represivas. Los saudíes quieren que Catar vuelva a acatar a sus monarcas como el emirato vasallo de antaño.


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