Todas las dictaduras son crueles por naturaleza. La Alemania nazi, el régimen de Pol Pot en Camboya o el de Mao Tse Tung en China y la Unión Soviética fueron represivos y brutales (en el caso de la URSS, especialmente en la época de Stalin), y si bien las masacres perpetradas por estos tiranos son numéricamente espantosas, en esencia no difieren de las causadas por dictadores de otras partes del mundo en todos los tiempos. Sin embargo, más allá de los delirios, demagogia e insensibilidad de la mayoría de estos déspotas, no es común encontrar la burla como discurso oficial de sus regímenes.
La crueldad del régimen de Chávez-Maduro es sui generis. No solo Chávez y Maduro han utilizado adjetivos groseros y humillantes contra sus oponentes, sino también se han burlado de ciudadanos comunes como por ejemplo del hombre que en una reciente protesta se desnudó para mostrar al mundo la cantidad de perdigones con los que había sido herido por los salvajes servicios policiales del régimen. Maduro se mofó de él entre risas de sus acólitos: “Menos mal que no se le cayó un jabón porque hubiese sido detestable esa foto. Horrorosa. ‘Recoge el jabón mijo, pa’ la foto’ (…), horrible hubiera sido”.
Estos ejemplos abundan, y como recientemente escribió Alberto Barrera Tyszka en su artículo “La caligrafía de los tomates” (16-04-17): “Nunca antes, en Venezuela, un gobierno se burló tan cruelmente de las necesidades del pueblo. Han ignorado las preocupaciones y problemas de las mayorías. Peor aun: se han reído del dolor de la gente. Han hecho chistes públicamente, negando la realidad, minimizando las tragedias cotidianas de millones de venezolanos…”.
La dictadura castro-chavista adereza su maldad con burla y cinismo.
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