La situación en Venezuela parece haber llegado a un punto de no retorno. Pasó de Chávez, quien inició el camino del desastre, a Maduro, quien no tiene verbo, carisma y menos el apoyo popular del primero.
Maduro ha llegado a límites insospechados encerrando opositores (Capriles y López), silenciando medios de prensa, masacrando a la población civil (más de 120 jóvenes muertos en defensa de la libertad), destituyendo autoridades, incluyendo el manoseo al Congreso y/o manipulando elecciones, como a la Asamblea Constituyente, con números irreales según los sondeos y cálculos. Esta última no tiene legitimidad; muchos países desconocen los resultados. Esto se hace más evidente con el pronunciamiento de los cancilleres en Lima, donde 17 países latinoamericanos declaran que hay “ruptura del orden democrático en Venezuela”. Mercosur ya suspendió a Venezuela de su membresía institucional.
Ha sido lenta y hasta “cómplice” la actitud de la comunidad internacional al respecto: Almagro de la OEA ensayó algunas críticas, pero no se pudo aplicar la Carta Democrática, y EE.UU. ya impuso candados para el manejo de cuentas y fondos del chavismo. Hasta el Papa se ha pronunciado. El Perú, desde PPK, ha tenido liderazgo regional con posición clara y firme. El Congreso ha condenado repetidamente la situación en Venezuela, salvo la izquierda (Frente Amplio y Nuevo Perú), y ello a pesar de las evidentes violaciones a los derechos humanos y democracia.
El reciente alzamiento militar aún no esclarecido podría dar cuenta del divisionismo en las Fuerzas Armadas. La población lucha en las calles para recobrar su libertad y mejorar su situación. Es probable que estemos viendo los últimos días de Maduro y del chavismo. Venezuela parece que ya tocó fondo. La presión internacional hasta hoy pusilánime y unas Fuerzas Armadas divididas pueden ser el golpe definitivo… OJALÁ.
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