No entiendo a Cotler. A contramano de su colega yanqui Levitsky, este pretende que se meta en un ghetto eterno al fujimorismo, que –le guste o no a Cotler– convoca ahora, y por lo menos, a más del 20% del electorado. Cada uno es dueño de sus antipatías (y yo las tengo y la manifiesto: aborrezco a la izquierda peruana. No soy –como lo fue también mi abuelo y lean el primer editorial de Amauta si no me creen– un periodista “imparcial”, que eso es hipocresía), pero un académico como Cotler debe tener el rigor gélido de un entomólogo. Al fujimorismo hay que normalizarle en el “mainstream” político, tal como se ha hecho con la UDI (Chile-pinochetismo), el PP (España-franquismo) y la ARENA (El Salvador-d’Aubuissonismo). O sea, insertar así en el sistema democrático a un partido masivo de origen autoritario. ¿O cuál es la solución de Cotler? ¿Cordón sanitario? ¿Imitar al antiguo antiaprismo con un nuevo antifujimorismo y perseguirles y vetarles por 50 años, como sucedió con el Apra y Haya? ¿Por qué Cotler nunca se expresó igual del PSR, el antiguo partido de los seguidores del dictador Velasco? ¿Porque estaban allí sus amigos Roncagliolo, Marcial Rubio y Enrique Bernales?
Con Cotler, un derechista justificaría un veto eterno a la izquierda. Debería leer el “discurso del veto” de Haya en 1962, donde encontrará esta frase de “realpolitik” pura: “Con la experiencia de 1945, exigía la importancia de coordinar articuladamente, orgánicamente, las bases de un gobierno en el cual –subrayo– no se trataría de un convenio bilateral, sino trilateral; dando siempre vigencia al partido odriista que, a despecho de su minoría, significaba dentro del Parlamento una fuerza política real”.
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