(Bogotá/EFE)
Escritor de cuentos, novelas, guiones y hasta boleros frustrados, Gabriel García Márquez viajó siempre acompañado por su instinto de periodista de raza, con el lapicero a mano y la capacidad de observación de un lince.
[‘Cien años de soledad’, la obra que llevó a García Márquez a la cúspide]
Aunque parezca de fábula, el universo que evocó el escritor colombiano era real. Cada historia y cada vivencia pasaban por el tamiz de su ojo de periodista porque estaba convencido de que “la crónica es la novela de la realidad”.
[Gabriel García Márquez: Sus siete obras más recordadas (Fotos)]
El idilio del genio colombiano con la literatura y el periodismo nació casi al mismo tiempo, cuando apenas iniciaba su formación en Bogotá, lejos de su tierra caribeña y en una ciudad gris que marcó sus primeros pasos con el “Bogotazo”, como se conocen los disturbios que derivaron del asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán.
[Gabriel García Márquez, imágenes de un grande de la literatura (Fotos)]
Alrededor de ese hecho histórico comenzó su carrera con los primeros cuentos publicados en prensa. “La tercera resignación” abrió la veda en El Espectador en 1948, y luego como reportero siguió buscando la comunión entre la literatura y el periodismo en dos ciudades de su Caribe natal: Cartagena y Barranquilla.
[Gabriel García Márquez murió a los 87 años]
En el mismo diario bogotano publicaría en 1955 en 14 entregas un reportaje emblemático: “Relato de un náufrago”.
En ese entonces el futuro Premio Nobel de Literatura de 1982 era apodado ‘Trapo loco’, vestía coloridas camisas y dormía en pensiones de mala muerte con los bajos salarios que recibía en El Universal de Cartagena y El Heraldo de Barranquilla, pero nunca faltaron libros que leer ni botellas de ron blanco que apurar con sus amigos intelectuales.
En esos prolíficos años devoró a William Faulkner, Ernest Hemingway, Virginia Woolf y a John Dos Passos, forjó una afición enfermiza por el cine, conoció a su íntimo amigo y compatriota Álvaro Mutis, y además formó parte del “Grupo de Barranquilla”, que por poco no llegó a ser generación literaria.
No sería esa primera vez en que el “hijo del telegrafista” se sacrificaba por el periodismo, pues la penuria marcó su etapa como corresponsal en Europa, cuando con una libreta recorrió el continente en plena Guerra Fría y en una buhardilla de París aromatizada por coliflor cocida trataba de vender sus reportajes.
Su manejo de ese “género estrella” fue reconocido por su colega polaco Ryszard Kapucinski, toda una autoridad, quien afirmó que “su gran mérito (de García Márquez) consiste en demostrar que el gran reportaje es también gran literatura”.
Después de desmontar el socialismo real en la serie de reportajes “Noventa días en la cortina de hierro”, que publicó la revista colombiana Cromos, uno de sus amigos de la época parisina, su compatriota Plinio Apuleyo Mendoza, le rescató y se lo llevó a escribir a Caracas para las revistas venezolanas Momento, Elite y Venezuela Gráfica.
En medio de ese retorno al Caribe viajó a La Habana con Mendoza para conocer de primera mano el efecto de la recién estrenada revolución de Fidel Castro, lo que le abrió las puertas como corresponsal de la agencia cubana Prensa Latina en Bogotá y Nueva York, un periodo que concluyó en medio de las tensiones por la invasión de Bahía de Cochinos.
Entonces decidió buscar a Mutis en México, y acompañado por su familia y enormes fajos de manuscritos de sus grandes novelas inició un camino errante a través de los Estados Unidos de Faulkner que acabó en la floreciente Ciudad de México, donde quiso probar suerte en el cine, pero tuvo que recurrir al periodismo para sobrevivir hasta que llegó su hora de oro literaria con Cien años de soledad.
Y sin firmar, dirigió durante dos años las revistas La familia y Sucesos para todos, el inicio de sus aventuras editoriales que después, ya convertido en una figura de la literatura, le llevarían en 1974 a crear la publicación de izquierda Alternativa, con Enrique Santos, hermano del actual presidente de Colombia.
Aunque ese proyecto murió pronto, García Márquez no cejó en su empeño y en 1998 compró la revista Cambio, que vendería en 2006 a la Casa Editorial El Tiempo.
Como lo afirmara en la asamblea anual de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) de 1996, “el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad”.
Para esa época ya había puesto en marcha en Cartagena su proyecto docente alrededor de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) para “inventar otra vez el viejo modo” de aprender el oficio sin grabadoras ni comillas pero con ética y compromiso social, como fue su obra.
En los últimos años han surgido homenajes a la figura de periodista del Nobel, como la antología de textos “Gabo, periodista” o la creación en 2013 de los “Premios Gabriel García Márquez” otorgados por la FNPI en un intento por rescatar a la profesión.
García Márquez nunca se trepó a la cima de la fama ni se quitó la camisa de reportero.
Lo demostró en uno de sus últimos ingresos a un hospital en México cuando, al ver un tumulto de medios a las puertas de la clínica, exclamó: “Están locos, qué hacen allá afuera (los periodistas). Que se vayan a trabajar, a hacer algo de provecho”, reivindicando una vez más su filosofía: “el periodismo es el mejor oficio del mundo”.
Si te interesó lo que acabas de leer, recuerda que puedes seguir nuestras últimas publicaciones por Facebook, Twitter y puedes suscribirte aquí a nuestro newsletter.