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"Yo siempre decía la verdad, y me iba mal"

Hay que ver Viaje de un largo día hacia la noche (de J a L, 8 p.m., en el CCPUCP, Camino Real 1075, San Isidro), obra maestra de Eugene O’Neill, creador del teatro estadounidense. Allí se luce el gran Alberto Ísola.

Foto: Mario Zapata.
Foto: Mario Zapata.

Alberto Ísola,Actor
Autor: Gonzalo Pajares.
gpajares@peru21.com

Viaje de un largo día hacia la noche, del Premio Nobel de Literatura Eugene O’Neill, debe ser una de las mejores obras de nuestra cartelera teatral actual, y también la más lograda en lo que va del año. Dirigida por el dramaturgo Roberto Ángeles y protagonizada por Alberto Ísola, cuenta la historia de una familia disfuncional donde todos están llenos de amor pero, sobre todo, de odio y resentimiento. De este y otros temas conversamos con este gran actor nacional.

Después de ver la obra, uno sale con la idea de que la familia no es necesariamente buena…
¿Acaso la podemos evitar? (Ríe). Las familias traen consigo enfrentamientos, roces; son un campo de batalla. Si a eso le sumamos la convivencia forzada, sin duda habrá situaciones conflictivas. Es más, el conflicto es inherente a nuestra condición biológica de animales. En la obra se habla de una familia muy particular que, y acá viene lo interesante, realmente existió. Todos los horrores que ves en escena son reales, es la historia de O’Neill.

O’Neill es un gran dramaturgo, y muy particular…
Es el creador del teatro estadounidense contemporáneo, antes de él no había casi nada. O’Neill es una especie de resumen de todo: en sus creaciones metió a Sigmund Freud, a Henrik Ibsen, a August Strindberg y, claro, mucho de su cosecha. Es interesante, pero, para mi gusto, excesivo, se les ve las costuras a sus creaciones: nos llena de información, de teoría psicoanalítica; pero hay que reconocerle su grandeza: Viaje de un largo día hacia la noche me encanta.

Imagino que tu personaje, James Tyron, el padre de esta familia peculiar, es todo un regalo para ti…
Así es. Sin embargo, en los ensayos me escapaba del personaje, no lo quería hacer; me estaba metiendo en la piel de una persona muy complicada. Cuando interpreto a personajes reales aparece en mí un sentimiento de posesión, y hacer de James fue muy doloroso; mi familia no es así (ríe), pero me hizo pensar en ella.

James es un avaro…
Sí, pero no sé si es un mal padre. Él es un alcohólico, y lo son también sus dos hijos, uno de ellos es un actor frustrado, el otro tiene tuberculosis y, por si esto no bastara, la madre es adicta a la morfina. Parece una exageración, pero así sucedió en la vida real.

Yo no siento que la obra sea una caricatura…
Al interpretarla, Roberto Ángeles nos pidió verdad, porque de lo contrario sonaría a lata. Roberto no es un director muy analítico, por eso, nos hacía vivir la obra; pasarla, pasarla y volverla a pasar. Así fueron pasando cosas inesperadas, intensas, al punto que varias veces yo regresaba a mi casa temblando. Debes tener en cuenta que no tengo hijos, que no tengo una familia propia, por eso, todo esto fue muy duro, porque me llevó a preguntarme lo siguiente: “¿Si hubiera tenido familia, hubiera sido así?”. Por todo esto, mi balance es que la familia debe existir, que es parte esencial de nuestra vida.

La familia no es necesariamente un horror, como dices, es un campo de batalla.
(Ríe). El problema de la familia no es la familia en sí, sino todo lo que esa relación despierta. Esta obra me ha hecho pensar en el fracaso. A los 60 años sé que hay cosas que no hice, que ya no voy a hacer y esto me lo tomo con soda, sin drama, no culpo a los demás de lo que hice o no hice, pero el gran problema de mi personaje es este, que culpa a los demás.

Hoy, que hay un gran culto por el éxito económico, yo siento que tus logros son superiores a los de Dionisio Romero…
(Ríe). Muchas gracias. Los dos últimos personajes que he hecho, Rothko y Tyron, tienen todo un rollo con el tema del éxito, con el fracaso, con el miedo, algo que yo he procesado de otra manera. No sé si esto debo agradecerlo al hecho de ser un setentero, donde los sueños eran otros. El principio de la compañía de Charles Ludlam era: “Tú eres la mofa viviente de tus ideales. Si no lo eres, empezaste con expectativas muy grandes”. La frase me encanta y es muy lúcida. Hace 30 años tenía objetivos más grandes, pero hice otros.

Acabas de dirigir De repente, el verano pasado, de Tennessee Williams, justo ahora que la verdad parece un valor inalcanzable..
(Suspira unos segundos). Sí, inalcanzable. Me choca que buscar la verdad traiga consigo la desgracia, el rechazo de los demás, la burla. Yo siempre decía la verdad, y me iba mal. Yo crecí con esto, ¿sabes?, pero a pesar de lo vivido, igual me choca que, por decir la verdad, te digan que eres un imbécil.

¿Cómo no te convertiste en un gran cínico?
El cinismo me aburre, me cansa, me parece tonto, es una forma de no vivir, de no intervenir. El mundo del teatro está lleno de gente que te dice qué hacer, pero no hace nada. Yo no quiero ser así. Si uno cree en el hacer es porque piensa que las cosas pueden cambiar, mejorar, si no fuera así no podría vivir. Además, a pesar de que no soy creyente, hasta ahora prefiero creer que la gente es buena (risas).

AUTOFICHA

- Viaje de un largo día… se salva del cliché porque es real, y porque es un campo de batalla donde sus personajes se quieren, como pasa en las familias.

- La obra me ha hecho pensar en el fracaso. A mis 60 años sé que hay cosas que no hice, que no voy a hacer… y me lo tomo sin drama.

- Las familias traen consigo enfrentamientos, roces; son un campo de batalla. Si a eso le sumamos la convivencia forzada, habrá situaciones conflictivas.


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