22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Es evidente que hay una campaña llamada ‘Nadine’ que engolosina a algunos y deprime a otros. Sin embargo, no estoy segura de que sea, solo, la antesala de una candidatura presidencial sino, sobre todo, la necesidad de cohesionar lealtades para evitar una verdadera estampida a medida que el periodo gubernamental ingrese a su segunda mitad.

Mónica Delta,Opina.21
mdelta@peru21.com

Ollanta Humala tiene un aceptable respaldo popular, básicamente porque se ‘transformó’ y decidió no mantenerse en su faceta radical, lo que, seguramente, hubiese enorgullecido a sus padres, hermanos y a unos cuantos más, pero, definitivamente, hubiese significado el despeñadero para el país. Lo que Ollanta no tiene es un partido ni cuadros competitivos que representen a su gobierno ni a su propio futuro en la política. Únicamente tiene a Nadine. Y él lo sabe. Se tienen, para decirlo de manera romántica, el uno para el otro. Los eventuales competidores electorales, con el paso de los días, enseñarán los dientes, como los animales que cuidan su territorio, mientras que otros mostrarán su mejor sonrisa esperando, divertidos, el momento para lanzar a sus perros de presa, y un tercer grupo, cuidando sus puestos, seguirá su tarea empalagosa de ayayeros de la causa. Más allá de todo esto, Nadine, como dice su esposo, ahora se queda –con entusiasmo, creemos– cuidando Palacio, perdón, “trabajando”, como dice su cónyuge. Lo que no sabemos es si el reproche de Doña Cristina sobre la ausencia de Nadine, a quien calificó como “gran cuadro político”, como echando agua a su molino, fue un desliz coquetón o indiscreto. Quizá no lo podamos comprobar pero, evidentemente, en política hay pocas coincidencias. Hoy, Nadine ya es una percepción que, para efectos de coyuntura, funciona. Atrae prensa, esté o no en el escenario noticioso, es carismática y, quién lo duda, lleva varias riendas del poder que su esposo le da, porque parece no tener a nadie más. En este caso, Ollanta vale más acompañado que solo.


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