Jaime Bayly,Un hombre en la luna
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En noviembre de 2010 volví al canal de televisión de Miami, Mega, en el que había trabajado entre 2006 y 2009 con cierto éxito, y me propuse hacer un programa ya no de corte político, sino al estilo de los late nights norteamericanos: con público en estudio, monólogo de humor, una o dos entrevistas ágiles, chispeantes, buscando la risa de la audiencia. Todo el 2011 intentamos ese formato, que resultaba particularmente arduo por el monólogo de humor de quince minutos que tenía que improvisar al comienzo. Fue un fracaso absoluto. Al público de Miami no le gustó que yo mudara de periodista político de opinión y entrevistador de mala leche a aspirante a comediante sin gracia e imitador burdo de Letterman. Los ratings cayeron tanto que, al final de mi contrato, a principios de noviembre de 2011, la gerencia del canal no me dijo nada, me dio a entender que no me renovarían un carajo y me fui a mi casa pensando que era el final de mi carrera.
Entretanto, a principios de 2010, en marzo, había nacido nuestra hija Zoe en un hospital de Miami (un amigo español pensó que le habíamos puesto Psoe) y habíamos encontrado la manera de acomodarnos felizmente en una casa de la isla de Key Biscayne, con la ayuda invalorable de dos mujeres peruanas que se ocupaban, incansables, de las faenas domésticas, sobre todo de cuidar a nuestra hija y cocinar los platos peruanos más exquisitos y mantener la casa demasiado limpia para mis estándares. Es decir que mi vida personal y familiar era un éxito, me sentía cómodo, dormía bien, comía rico, pero mi vida profesional era un fracaso porque en 2010 me habían despedido de la televisión peruana y a fines de 2011 no querían renovarme el contrato en Miami.
Todo noviembre y diciembre de 2011 me encerré a trabajar en una novela sobre la política en el Perú, que titulé “La lluvia del tiempo”, y con Silvia acordamos que si no seguíamos en Mega porque el programa humorístico había fracasado, nos quedaríamos en Miami los cinco años que durase el gobierno peruano. No quería vivir en un país gobernado por un militar mediocre, con aires de matón, que había hecho, junto con su hermano chiflado, una carrera política impresentable, difundiendo ideas antidemocráticas y antiliberales. Yo soy un escritor y un periodista de opinión y me gusta decir por quién voy a votar y por quién no voy a votar, así ha sido siempre y ya estoy viejo para cambiar y no pretendo convencer a nadie. Por eso, cuando en mayo de 2011 me llamaron de canal 4 para que hiciera un programa político de opinión, acepté, a condición de que no me obligaran a viajar a Lima los fines de semana, pues mi salud no me lo permitía. No me arrepiento de apoyar a Keiko Fujimori en la primera y segunda vuelta. Volvería a hacerlo. Humala me parecía indigno de representar a los peruanos.
Para mi mala suerte, ganó Humala, gracias, creo, al apoyo de Vargas Llosa. Para nuestra buena suerte, el mismo mes que ganó Humala, junio de 2011, a Chávez le dijeron en La Habana que tenía cáncer. Fue una gran fortuna para el Perú que Chávez, menoscabado por sus problemas de salud, no estuviera ya en condiciones de dictarle la agenda a su antiguo amigo Pantaleón Humala, quien, para complacer a Vargas Llosa, se distanció un tanto del chavismo, lo que resultó de gran beneficio para el Perú.
Lo cierto es que yo me había jugado contra Pantaleón Humala, lo mismo el 2006 como el 2011, y no estaba dispuesto a volver al Perú durante los cinco años de ese gobierno de militares mafiosos y civiles sobones y trepadores y sus visitadoras del periodismo local. Con Silvia llegamos al acuerdo de que, si en Mega no me llamaban más (y ya era diciembre, navidad, año nuevo, y no llamaban, ya era enero y no llamaban, seguían repitiendo el programa), nos quedaríamos cinco años en Miami, dilapidando mis ahorros pero preservando la dignidad y siendo leales a nuestros enemigos. Ningún canal peruano quería contratarme, nadie quería pelearse con el espadón de turno en el poder, muchos de sus críticos más feroces se volvieron sus amigos y hasta sus adulones, el Perú siempre había sido así, un país de cortesanos.
A finales de enero de 2012 el dueño de Mega me llamó tras tres meses de someterme a cruel penitencia y me dijo que querían seguir conmigo, pero como el programa humorístico había resultado un fiasco, y como la gente quería que volviera a la política, sus condiciones eran dos: me pedía hacer el programa político, al menos en el monólogo inicial, y no se declaraba en condiciones de pagarme lo mismo, solo podía ofrecerme el 40 por ciento de lo que me venía pagando.
Ganar 100 es mucho mejor que ganar 40 pero ganar 40 es mejor que ganar 0. Y en ese momento no tenía ninguna otra opción para hacer un programa en Miami, en Lima ni en ninguna parte. Y mis hijas mayores se alistaban a ir a universidades caras en Estados Unidos y en casa el presupuesto no era menor porque había que pagar a las nanas que cuidaban a nuestra hija y nos cocinaban las cosas más ricas. No me quedó más remedio, para evitar que me despidieran, que aceptar el recorte brutal de mis ingresos, tragarme el sapo crudo y aceptar que el programa volviera a ser político.
Con esos cambios, el programa se reanudó a finales de enero de 2012 y los ratings subieron apenas me puse a hablar de política. Chávez estaba muriéndose y al mismo tiempo estaba en campaña por una reelección más, en México hubo elecciones presidenciales que ganó un señor que parecía galán de Televisa y todo eso dio buen material para que el programa volviera a ser lo que, entre 2006 y 2009, había sido en Mega, una tribuna desde la cual disparaba balines de perdigones a los dictadores, charlatanes y demagogos de la región.
La humildad de aceptar que me bajaran drásticamente el sueldo dio buenos resultados. Como el 2012 el programa volvió a ser un éxito moderado, me subieron el sueldo en un porcentaje nada desdeñable, lo que me dejó una sensación de relativa victoria. De haber sido más envanecido, habría dicho no en enero de 2012, a mí nadie me baja el sueldo, yo soy una diva, y me hubiera quedado fuera de la televisión, sin programa. Ahora estábamos en 2013 y me habían renovado el contrato dos meses antes de que expirara, con números bastante mejores, aunque nunca tan buenos como los de 2011.
Mi carrera como escritor siguió en franca decadencia. Escribí la trilogía de un escritor asesino, “Morirás mañana”, que a nadie le importó. Luego escribí una novela sobre el poder en el Perú, “La lluvia del tiempo”, pensando que sería mi gran novela de madurez, qué chiste, y pasó mayormente inadvertida, a pesar de que Silvia y yo fuimos a Lima a la feria del libro, quebrando una promesa de no pasar un solo día en el Perú mientras Humala, ese tipo de gesto adusto y mala entraña, estuviera en el poder. Este último tiempo escribí una memoria, “La sagrada familia”, pero mi madre, sin leerla, me dijo que si la publicaba, no la vería más en vida, con lo cual la guardé en un cajón indefinidamente y tragué otro sapo crudo.
Estamos a mediados de 2014 y me doy el lujo de hacer el programa todas las noches sobre el mundial de fútbol. Hago lo que me da la gana, invito a quien quiero, nadie se mete conmigo, me pagan bien. Es cierto, el canal es pequeño, no está a la altura de las grandes ligas, pero se ve en todo Estados Unidos y Puerto Rico y eso me parece bastante para un gil como yo. Las finanzas del canal, sin embargo, son bastante precarias, y la gerencia cambia cada seis meses y uno no sabe si va a llegar a fin de año o lo van a mandar a su casa, seamos francos. En Mega haces lo que quieres pero nunca sabes si vas a estar al aire al mes siguiente, tienes que acostumbrarte a vivir con esa incertidumbre. De momento mi modesta ambición es llegar a fin de año divirtiéndome con el programa, cosa que consigo casi todas las noches. Luego, ni idea, ya se verá.
En enero de 2016 sería lindo volver a Lima y pasar una temporada allá, pero primero hay que llegar vivos al 2016 y si sigo tomando tantos somníferos y painkillers puede que no lleguemos a fin de año y mi viuda, una ricura, eche mis cenizas al río Okeechobee de Hialeah.
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