Ariel Segal,Opina.21
Si en el caso de partidos de fútbol entre las selecciones de naciones fronterizas, las pasiones se acrecientan más allá del puntaje para las clasificatorias de un Mundial, imaginemos la tensión que se vivió en el primer encuentro de balompié entre Croacia y Serbia, países que por primera vez se enfrentaron, la semana pasada, desde que la ex-Yugoslavia colapsó, en 1991.
Los recelos entre croatas y serbios se remontan a la II Guerra Mundial, cuando el régimen colaboracionista de los nazis del movimiento nacionalista croata, la Ustacha, liderado por Ante Pavelic, envió tropas contra los partisanos de la resistencia serbia al mando del mariscal Josip Bros, apodado Tito, el unificador y dictador de Yugoslavia desde la posguerra hasta su muerte, en 1980. Bajo el comunismo peculiar de Tito, las poblaciones de ambos pueblos eslavos (con distinciones como la religión: los croatas mayoritariamente católicos y los serbios, cristianos ortodoxos) pusieron de lado sus rencillas hasta la caída del régimen, cuando resurgió el furor de sus identidades nacionales y religiosas que, junto con Bosnia-Herzegovina y Macedonia, causó una guerra regional en Los Balcanes. Entonces, extremistas de todas esas repúblicas provocaron heridas imposibles de cicatrizar en dos generaciones.
Fue mucha la inquietud para el partido del pasado 22 de marzo, y se tomaron severas medidas para evitar confrontaciones por el duelo en Zagreb. Por si fuera poco, había el antecedente de otro partido de fútbol: el del equipo serbio Estrella Roja de Belgrado vs. el Dinamo de Zagreb, un día de mayo de 1990, cuando aficionados de ambos bandos se atacaron, dejando 60 heridos. En esa ocasión, el mundo fue testigo de las pasiones nacionalistas y del extremismo que, luego, detonarían la guerra de 1991.
Serbia y Croacia luchan contra fantasmas del pasado para coexistir, y la primera prueba la aprobaron en una cancha de fútbol.
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