Guido Lombardi,Opina.21
glombardi@peru21.com
La satisfacción al abrirlo fue todavía mayor: se trataba de un pequeño libro primorosamente editado. Para efectos de esta columna, no importa la autora ni los personajes que van apareciendo porque se trata de una edición limitada que no saldrá a la venta.
Pero al avanzar en su lectura desfilaron por mi imaginación descripciones llenas de agudeza y de sensibilidad, de las distintas etapas de un viaje hecho contra viento y marea, en las condiciones más adversas imaginables e impulsado por enormes dosis de entusiasmo y generosidad.
El libro desborda amor: en primer lugar, por el acompañante. Pero también por los amigos de toda una vida que participan en distintos momentos y cuya permanencia en los afectos pone en evidencia la solidez de los vínculos que se forjaron. Y no hay en ello nada sobrenatural, es un simple acto de justicia natural: recibir lo que se da.
Lo notable del libro es que, pese a tratarse de un testimonio familiar, logra transmitir, de manera natural, una verdadera lección de historia de arte y urbanismo europeos. Se siente el aprecio –casi devoción– por plazas, calles, monumentos, museos, pinturas y esculturas. Y ese aspecto resulta tan importante como el personal. Por eso es inevitable pensar en lo que los alemanes llaman Bildungsroman, el relato de la formación de alguien que abre los ojos al mundo y a valores duraderos de la mano de una persona mayor.
Por eso, el libro termina siendo una celebración de la vida que comienza con el calor de una despedida y acaba con la más bella palabra de nuestra lengua: gracias. Hay otros temas de los que podría haberse ocupado esta pequeña columna, pero quería darme el gusto de despedir el año con ese “gracias”, esperando que el próximo no nos traiga desgracias.
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