Sandro Venturo Schultz,Sumas y restas
Sociólogo y comunicador
El pequeño salvaje (*) es una novela con un argumento conocido: un niño abandonado en el campo crece entre los animales, comiendo raíces e insectos, y es atrapado en una cacería. El niño silvestre se convierte en objeto de investigación de científicos que esperan validar las teorías más avanzadas de la época respecto al origen de la ética: ¿nacemos naturalmente buenos y la sociedad nos corrompe o, por el contrario, somos seres salvajes domesticados por la cultura? Esta ficción, sin embargo, se basa fielmente en un caso de la vida real que conmocionó a Francia a finales del siglo XVIII.
No voy a contar el final de la novela, pero quiero destacar un detalle que me dejó pensando y no me suelta todavía. A diferencia de Tarzán o Mowgli, en esta historia el pequeño salvaje no tiene, y ya no podrá desarrollar, la capacidad para abstraer ni la habilidad para sentir algún tipo de empatía. Sin estas condiciones, es imposible que pueda comprender, y por eso, es profunda y naturalmente egoísta.
Esta constatación me dejó algo parecido a una gran desolación. No por la suerte del personaje de la novela, que morirá luego de vivir una amable rutina, sino porque me resultó inevitable identificar su autismo con cierta condena colectiva que nos envuelve en pleno siglo XXI. Pienso en el juego ensimismado de los políticos de turno, en los zarpazos que se cruzan diariamente en las redes sociales, en las embestidas del tránsito de la ciudad, en las destempladas descalificaciones cotidianas de quienes ven la paja en el ojo ajeno. Pienso en estas y otras escenas mientras constato mi rotundo déficit de empatía y el de quienes me rodean.
En El pequeño salvaje encontré, entonces, una metáfora de ciertas dimensiones agrestes de nuestra ciudadanía. Me refiero por ejemplo a esa incapacidad de cumplir con nuestros deberes, mientras nos canibalizamos luchando por nuestros derechos; o a ese aire arrogante de quienes se consideran buenos y correctos mientras van detrás de un interés narcisista. En nuestra sociedad predominan aún los ciudadanos convencidos e inmediatos, acostumbrados a escupir antes de haber observado.
(*) El pequeño salvaje. Autor: T.C. Boyle. Editorial: Impedimenta, 2012.
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