En la actual gestión de Ollanta Humala, 18 meses hasta el momento, la Policía Nacional ha sido el epicentro de dos terremotos policiales, los dos polémicos y contradictorios. En octubre de 2011, el entonces ministro del Interior, Óscar Valdés, sorprendió a todos con la famosa ‘reingeniería policial’ que tumbó la pirámide invertida de 55 generales en la cúpula y mandó a casa a 30 de estos oficiales.
Sin embargo, con el paso de los meses surgieron nuevas evaluaciones que culminaron con un nuevo marco legal para la PNP y para el Ministerio del Interior. Ello trajo una recomposición total del organigrama policial. Producto de ello ascendieron 23 generales, pero solo cuatro fueron pasados al retiro. Ahora, la Policía tiene 47 mandos, toda una burocratización, según expertos.
El ministro del Interior, Wilfredo Pedraza, ha justificado en reiteradas oportunidades que el objetivo es fortalecer a la Policía especializándola e incrementando a 30 mil su personal.
En la misma línea, en las últimas semanas se vivió una serie de movidas como consecuencia de los tradicionales procesos de ascensos.
En el camino, la lista negra de las invitaciones por causal de renovación para generales sufrió marchas y contramarchas. La Policía elevó una relación a Pedraza y este la modificó. Inicialmente estaba previsto que se fueran entre seis y ocho generales, pero la idea de fortalecer la institución prevaleció. Tampoco se fueron muchos oficiales superiores (apenas 21 coroneles y 48 comandantes).
El futuro de la Policía no solo está en manos de su mando, depende también de este gobierno. En tanto, los ascendidos siguen introduciendo sus galones en las copas de champán. Ojalá que los resultados en la lucha contra la inseguridad ciudadana también nos den motivos para celebrar.
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