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Opinión

Los que les echan la culpa a los partidos de no confrontar “ideológicamente” a Sendero Luminoso son gente que jamás militó en partido alguno.

Mauricio Mulder,Pido la palabra
Congresista

Ciertamente, el tema del indulto a Alberto Fujimori ha suscitado tanta atención mediática desde hace casi tres semanas, que habría que suscribir entusiasmados la frase del presidente Humala para ir con la prensa “a la punta del cerro” a ver qué otro tema se posiciona en el interés público.

Ello porque las recientes incursiones que el narcoterrorismo senderista ha protagonizado, destruyendo sendos y vitales helicópteros de la Fuerza Aérea, y la definitiva ruptura del sector pro Sendero del Sutep no han merecido el espacio que hubieran merecido entre los líderes de opinión y que son, en realidad, demostrativos de un grave y muy difícil problema que el Perú va a tener que enfrentar en los meses y años venideros si no encontramos fórmulas de solución rápida al respecto.

La ofensiva política del senderismo, tratando de conquistar espacios de expansión en distintos frentes, encuentra a una sociedad con escasos niveles de preparación para enfrentarse a ese desafío y a una generación que ya tiene presencia en los espacios dirigenciales del país que no conoció ni estudió la real dimensión del terrorismo de los años 80.

Por lo general, los que les echan la culpa a los partidos de no confrontar “ideológicamente” a SL son gente que jamás militó en partido alguno y que, por el contrario, exhibía siempre un discurso antipartido destinado a acentuar la supuesta bondad de su independentismo. ¿Qué es, en buena cuenta, ser independiente en política? Pues, simplemente, rehuir de los compromisos.

Durante años pregonaron en medios de comunicación, desde sus atalayas periodísticas no comprometidas, un discurso antipartido, y hoy les exigen a los partidos que sean ellos exclusivamente los que den la cara al extremismo. Yo soy testigo cotidiano de las complicadas luchas que sectores democráticos del sindicalismo hacen contra el extremismo comunista, incluso derramando su sangre, y jamás he visto un solo reportaje periodístico que cubra una elección sindical. He participado y observado decenas de elecciones estudiantiles en debates abiertos para elecciones de centro federado ganadas por jóvenes apristas o democráticos contra extremistas, y jamás he visto un interés de la TV en cubrir ese escenario.

Reclaman que los partidos a quienes ellos mismos han vapuleado por años sean su muro de contención ante el terrorismo, pero destrozan la moral de esos partidos dándoles carta de ciudadanía a los que usan sus espacios para horadar el cerebro de jóvenes ingenuos. Les dan espacio a esos jóvenes para que muestren su radicalismo y coloreen la nota periodística con el consabido acento de denuncia, pero no les interesa ni se les ha ocurrido entrevistar a los jóvenes organizados no solo en partidos sino en cientos de otras estructuras orgánicas de carácter social, religioso, intelectual, artístico o de inclusión social.

La prensa peruana, que juzga con gran dureza al Estado nacional, a los partidos, a las instituciones de toda índole, nos debe también, por cierto, un examen serio e intelectual de lo que considera puede ser su rol en el proceso de defensa de los valores democráticos en nuestro país que, al fin y al cabo, de ello depende su supervivencia. La posición que sostiene que el papel del periodismo es hostigar al poder y enemistarse con él en aras de “la verdad”, que es la que está en boga en la llamada prensa liberal norteamericana, no toma en cuenta que allá, pase lo que pase, no entra en cuestión el sistema democrático ni hay peligros totalitarios que rompan esa democracia. En cambio, nuestra fragilidad y nuestra falta de vocación para con el Estado de derecho puede estallar en cualquier momento, como muchas veces nos lo ha enseñado nuestra atribulada historia.


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