Ariel Segal, Opina.21
Arielsegal@hotmail.com
El tema es muy vigente, por lo cual se justifica continuar analizándolo:
Érase una vez una nación dividida. Las dos mitades aspiraban a una vida de prosperidad, pero una se dejaba someter a los sueños utópicos de un proyecto totalitario bajo el culto a la personalidad de un caudillo con delirios de convertir a su país en una superpotencia, mientras que la otra se obstinaba en vivir en plena libertad individual y con una institucionalidad que los defendiera ante los abusos del poder.
Érase una vez una nación sometida a un liderazgo prepotente que se autoproclamaba democrático, con un discurso nacionalista y anti-imperialista, cuando en realidad había profundizado su dependencia económica ante un imperio. Esa nación había sido sometida por el régimen de una pequeña isla cercana y sufrió mucho ante esa dominación que no le permitió gozar de soberanía, y una cúpula de habitantes con poder se sometió, por intereses políticos y económicos, a esa dominación, aunque utilizaba una supuesta retórica de patriotismo. Sin embargo, también hubo quienes lucharon contra ese poder abusivo y, por ende, eran calificados de “apátridas”, “traidores”, lo cual les significó privaciones y castigos de diversa índole.
Érase una vez un líder carismático que antes de morir proclamó a un sucesor ungido, y una mitad aceptó esa voluntad, pero otra percibía con terror quedar bajo el mandato de ese incapaz heredero.
Es así como Corea del Norte y Corea del Sur, durante cuatro décadas dominadas por el imperio nipón, quedaron divididas en dos mitades: la del norte, que vive sometida a una pesadilla totalitaria bajo una economía totalmente dependiente del actual imperio chino, y la del sur, que ha logrado en democracia obtener un alto grado de prosperidad.
¿O pensó usted que me refería a otra nación?
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