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Opinión

Durante 40 años fue natural en Venezuela que las campañas electorales fuesen equitativas para todos los candidatos, que se organizaran debates, se presentaran proyecciones en la TV antes de los resultados oficiales.

Ariel Segal,Opina.21
Internacionalista

Durante 40 años fue natural en Venezuela que las campañas electorales fuesen equitativas para todos los candidatos, que se organizaran debates, se presentaran proyecciones en la TV antes de los resultados oficiales, que el voto fuese secreto (25% de la población ahora lo duda, según la encuestadora Keller y Asociados), y nadie temía que los comicios pudiese derivar en violencia.

Durante 40 años, los venezolanos se deslumbraban con Acción Democrática (AD), “el partido del pueblo”, que solo perdió dos contiendas contra el social-cristiano COPEI por escaso margen. Entonces se decía que “adeco es adeco hasta que se muere”, y los más necesitados disfrutaron de un sistema democrático y asistencialista para ellos.

Ese sistema colapsó a falta de reformas y por la obstinación de los partidos tradicionales de no depurarse de sus miembros corruptos, lo que trajo como consecuencia la llegada y consolidación en el poder de un régimen mucho más populista y corrupto. De la misma manera que Carlos Andrés Pérez fue popular entre 1973 a 1978 por los altos precios petroleros, Chávez lo es hoy porque la actual coyuntura del ‘oro negro’ es aún más favorable.

El 7 octubre, una simpatizante de Capriles dijo que votar por primera vez la hacía ser parte de una “fiesta democrática”. Esa joven no vivió la democracia asistencialista con elecciones justas y total libertad de expresión, cuya Constitución de 1961 prohibía la reelección inmediata para impedir la tentación caudillista tan arraigada en América Latina. Hoy, Chávez nombra a dedo a los funcionarios del Estado (magistrados, consejo electoral); se convive con pistoleros motorizados “por si acaso” no gane su jefe único, y votar es la gran prueba “de la democracia”. Triste acostumbrarse al dedo de un caudillo y conformarse con la ocasional tinta indeleble en los dedos de millones de personas que votan con miedo.


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