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Opinión

Lo que nos interesa es evaluar el grado de influencia que tienen los medios más grandes en los procesos de formación de la llamada “opinión pública” del país.

Mauricio Mulder,Pido la palabra
Ya es común denominar a la prensa “cuarto poder”, en alusión directa al Poder Ejecutivo, al Parlamento y al Poder Judicial y ya no queda duda de la veracidad que hay en ello. Algunos, incluso, le adelantan el rango habida cuenta de su universalización social, sin duda mucho más extendida que la que tienen los poderes del Estado y por sus altos índices de credibilidad. A diferencia de los poderes políticos, objeto de las desconfianzas más amplias, “la prensa” (así, a secas) goza en las encuestas de altos niveles de aceptación social.

En su condición de “medio”, es el vehículo con el cual el ciudadano común y corriente se vincula con el resto del mundo. Y aunque Internet avanza incesante y avasallantemente en constituirse en el gran medio entre el hombre y el universo, los medios, por su capacidad de síntesis e interpretación de los hechos, seguirán siendo el pan de cada día de todo ciudadano moderno.

Su libertad de acción y su pluralidad política se garantizan en el marco del sistema democrático. Sin democracia no hay medios libres, así de simple. Eso fue muy notorio en nuestro país cuando pasamos en 1974 por el proceso de expropiación de los diarios, canales de tv y radioemisoras por parte de la dictadura militar. Lo fue también el asalto armado a las redacciones de todos los medios la noche del 5 de abril, fecha del golpe de Estado de Fujimori e inicio de su proceso despótico.

Esos atropellos marcaron la historia del periodismo nacional con biografías ilustres que, pese a los riesgos, se enfrentaban con su pluma a esas dictaduras, y otras menos brillantes que optaron por la genuflexión como modo de vida. Todos conocemos quienes son unos y otros, y no es el caso de esta nota mencionarlos.
Lo que nos interesa es evaluar el grado de influencia que tienen los medios más grandes en los procesos de formación de la llamada “opinión pública” del país. Y cómo es que se moldea en nuestra patria lo que el gran Augusto Ferrando denominaba “lo que le gusta a la gente”. Porque, por ejemplo, alguna razón debe haber para que todos los noticieros de la televisión peruana se dediquen única y exclusivamente a temas policiales y de farándula al extremo que incluso las notas internacionales son solo sobre accidentes de tránsito o crímenes en otras partes del mundo. Se entiende que el medio televisivo es esencialmente de entretenimiento, pero no suponíamos que el área periodística estuviese comprendida en ese espíritu.

Mucho se hablaba antes de la necesidad de que los medios coadyuven a la educación nacional. Hasta hay un artículo en la Constitución al respecto. No tienen por qué encargarse de ello. Al fin y al cabo, el medio de comunicación no es un servicio público, ni una institución de caridad. Es un negocio. Un producto sometido al tiraje o al rating despiadadamente.

Pero sí son forzadores de opinión, de tendencia social, de énfasis cultural. A través de los medios, los jóvenes forman sus gustos políticos, musicales, artísticos, deportivos, etc. ¿Qué viene primero, el gusto de la gente o lo que le ofrecieron a la gente para que le guste? ¿Se moldea el gusto de la gente con determinados fines de repercusión social? ¿Tendrá que ver el ánimo lastimero de nuestros noticieros con el alma quejosa que muchos tienen? ¿Es la prensa reflejo de la sociedad o su referente?


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