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Opinión

Brasil ha venido engañándose a sí mismo con la manipulación de las cifras de crecimiento y de disminución de la pobreza…

Mauricio Mulder, Pido la palabra
Congresista

La organización de un minimundial de fútbol, que en Brasil es una verdadera pasión, ha llevado, paradójicamente, a que casi un millón de personas salgan a protestar violenta e indignadamente contra lo que denominan un “derroche” mientras, al mismo tiempo, subían las tarifas del transporte público.

Brasil gusta lucir como éxito de las gestiones del PT, tanto de Lula como de Dilma Rousseff, espectaculares resultados en materia de reducción de pobreza y buenos resultados de crecimiento económico, aunque por debajo de los índices que en los últimos seis años exhibieran el Perú y Chile en materia de desarrollo.

Pero ese crecimiento brasileño no era otra cosa que un inmenso plan asistencialista que reviste decenas de programas, la mayoría de los cuales son de comida directa tres veces al día para casi 50 millones de personas, sobre todo escolares y ancianos, constituyéndolos, así como sus familiares, en un importante y cautivo caudal político gobiernista.

La inmensa corrupción de los gobiernos del PT, con el famoso ‘mensalao’ de Lula y la renuncia de siete ministros de Dilma Rousseff, aunada al alza de los pasajes, ha sido suficiente para de-sencadenar una ola de protestas al mero estilo turco. Protesta que, por lo demás, comenzó con una sonora rechifla que recibió la presidenta en la inauguración misma del torneo, a estadio lleno.

El asistencialismo no sirve para eliminar la pobreza. Es sólo un engaño, un paliativo, una limosna. Si no es trabajo nuevo y bien remunerado, es un abuso llamar de “clase media” a quien pasa rancho gratis por cuenta del Estado, con toda su familia, para después pasarse el día vendiendo baratijas.

Brasil ha venido engañándose a sí mismo con la manipulación de las cifras de crecimiento y de disminución de la pobreza y, hoy, eso se refleja en las protestas. Sorprende por tanto seguir escuchando a Humala y a sus corifeos hablar del modelo brasileño como “un ejemplo”. Y se lo están creyendo porque, en lugar de crear empleo, habla de una inclusión que no es sino un reparto deficiente de alimentos de baja calidad, cuando no podridos, a través del programa Qali Warma, por sólo poner un ejemplo.

El dar de comer no es resolver el problema de la pobreza. Lo demuestran, además de Brasil, Venezuela, que a punta de “arepas revolucionarias” creaba huestes inmensas de holgazanes especialistas en llenar mítines y golpear opositores, y Argentina, que tiene a su vez a los piqueteros y “La Cámpora”, otra manga de gente que “trabaja” yendo a aplaudir a su jefa, la Sra. Fernández de K. Se trata pues de los países que pregonan el llamado socialismo del siglo XXI, que de socialismo no tiene nada ni tampoco de capitalismo, porque es sólo asistencialista, compasivo. Como si el gobierno fuese una teocracia franciscana que sobre la base de la compasión recolecta limosnas en las iglesias para hacer porciúnculas diarias a los menesterosos e incapaz de crear empleo ni riqueza. Gigantes con pies de barro, que le dicen.

De manera que la subyugación que el modelo brasileño tuvo sobre Humala debiera –si este es informado correctamente de lo que sucede en la región– tener el efecto de la corrección inmediata de la filosofía gubernamental. Una cosa es repartir utilidades y otra repartir capital. La atracción de capitales para que produzcan empleo para los peruanos es la gran transformación de la sociedad peruana al ritmo que le dejó el gobierno de Alan García: un millón de empleos nuevos por año. Así se simple.


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