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Opinión

Jaime Bayly,Un hombre en la luna
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Tras retirarme varios años de la televisión, el 2006, nada más comenzar el año, me ofrecieron tres oportunidades para volver, una en Buenos Aires, otra en Lima, la última en Miami, y, decidido a recuperar el tiempo perdido, tomé las tres, sin dudarlo.

En Buenos Aires presentaba entrevistas los sábados por la noche en canal 9. Eran entrevistas a personalidades de la cultura y la farándula y en ocasiones del deporte, algún boxeador o futbolista. No hablaba de política, se me había pedido que no lo hiciera. Tenía que pasar una semana al mes en esa ciudad que tanto me gustaba, grabando cuatro entrevistas de una hora. El canal me pagaba los gastos de avión y unos honorarios razonables. Cada tres semanas, llegaba a Buenos Aires, dormía en un departamento alquilado y me movía en taxis por teléfono.

En Lima me dieron un espacio político los domingos en la noche en canal 2 que se llamó, de nuevo, El Francotirador. Había elecciones presidenciales y eso marcó la agenda del programa. Por suerte nadie esperaba que fuera neutral. Me opuse a la candidatura chavista de un militar dado de baja por conspirador, Humala, y apoyé la candidatura de una señora conservadora, Flores, que no pasó a la segunda vuelta, tal parecía ser su condena o la nuestra. En la segunda vuelta apoyé sin reservas a García, de quien había sido adversario en su primer gobierno, cuando me sacó de la televisión en represalia por una pregunta que juzgó impertinente. Por fortuna para el Perú, el candidato chavista no llegó a ganar ese año. Se evitó que el Perú se convirtiera en una colonia del imperio que Chávez había creado en la región.

En Miami, después de seis años resignado a estar ausente de la televisión, el magnate de las radios en español en Estados Unidos fundó un canal de televisión, Mega, y me ofreció un programa de lunes a viernes, a las diez de la noche, en directo. Acepté con una sola condición: que me dejara hacer un programa político de opinión, con humor, venenillo y mala leche, y que no fuera un programa de entrevistas sosas a figuras de la farándula. Fue la clave del éxito.

Durante cuatro años incansables, 2006, 2007, 2008 y 2009, vivía de lunes a viernes en Miami, viajaba a Lima los viernes a medianoche, pasaba el fin de semana en Lima recluido en un hotel señorial, hacía el programa los domingos en vivo en Lima, y una semana al mes, en lugar de volver a Miami, dejaba cinco repeticiones en Mega y volaba a Buenos Aires a grabar las entrevistas para canal 9. Viajaba todas las semanas entre Miami, Lima y Buenos Aires, todas sin excepción, acumulando más millas que un piloto. Y aparecía en una pantalla de televisión de Estados Unidos de lunes a viernes, en un canal de aire de la Argentina los sábados, y en una televisora del Perú los domingos. No estaba mal. Pude ahorrar algo de plata. Gracias a la magia de la televisión, mi cara de pelícano triste llegó a los lugares más remotos de esos tres países a los que debo gratitud.

Tantos viajes largos todas las semanas, tantas horas mal dormidas en los aviones, hicieron mella en mi salud. El 2008 me operaron de emergencia en un hospital de Miami por un problema hepático. Además, me costaba trabajo respirar, viajaba inhalando de mis pequeños respiradores, había desarrollado un cuadro de fibrosis pulmonar. Entretanto me había hecho adicto a las pastillas para dormir, de otra manera no habría podido sostener el ritmo frenético de los viajes todas las semanas y las grabaciones sin desmayo en tres países.

En algún momento renuncié al programa argentino, alegando razones de salud, y no quise renovar el contrato con el canal de Miami por diferencias irreconciliables con la gerencia de entonces. Como mis hijas estaban en Lima y el programa en el canal 2 iba bien, pensé mudarme a esa ciudad y quedarme tranquilo allá. Ganaría menos, pero cuidaría mi salud y dejaría de viajar tanto.

Sin embargo un canal colombiano me hizo una oferta que no pude declinar. A mediados de 2009 me mudé a Bogotá, donde viví un año, de lunes a viernes, en un hotel. Los sábados por la mañana volaba a Lima, los domingos hacía el programa y a medianoche cada domingo regresaba apurado a Bogotá. Fue un año complicado porque en Bogotá pasaba frío por las noches en el hotel, me enganché de nuevo a la marihuana y andaba rodeado de guardaespaldas con metralletas, pues el presidente de turno me hizo saber que el dictador del vecino país tenía intenciones de matarme, así de aburrido parecía que estaba.

Por entonces dejé de viajar a Buenos Aires, ya no tenía que ir cada tres semanas a grabar y me daba pereza viajar hasta allá abajo para visitar a mi amigo, así que él vino renuente un par de veces a Bogotá pero ya nos veíamos con poca frecuencia y la amistad se apagaba lentamente. En Bogotá me pagaban mejor que en Miami y me trataban muy bien y me fui encariñando con el caos de la ciudad y por eso a mediados de 2010, cuando me pidieron renovar el contrato por dos años, fue difícil decirles que no, que no aguantaba más la paliza de los viajes todos los fines de semana, que quería irme a Lima a vivir un año tranquilo, sin aviones, cerca de mis hijas, viviendo en unos departamentos que había comprado con los ahorros de tantos años, tantos programas, tantos viajes. Me dio pena irme de Bogotá. Sabía que extrañaría las noches frías, los porritos que liaban los amigos, los jugos de frutas inverosímiles, el sinuoso perfil de los árboles en los paseos que daba de madrugada, escapando de los custodios que dormían en las habitaciones contiguas con sus tremendos fusiles.

En julio de 2010, en pleno mundial de fútbol, me mudé a Lima, a un departamento nuevo que mi ex esposa me había decorado con mucho cariño, con la ilusión de pasar unos años sosegados, sin viajes, sin aviones, sin apuros en las aduanas, cerca de mis hijas mayores, ya adolescentes, en sus últimos años del colegio. Me quedaba el programa los domingos en canal 2, con eso alcanzaba para vivir bien, tranquilo, sin apremios económicos. Pero como el programa era un éxito, se me ofreció hacerlo de lunes a viernes a las once de la noche, y acepté encantado porque venían elecciones municipales y luego presidenciales. Fue un error. Debí quedarme tranquilo los domingos y no sobreexponerme. Por ganar más plata, ahora salía en la televisión peruana todas las noches, salvo los sábados, hundiéndome más y más en el pantano de la política, que acabaría por ahogarme.

En las calles me preguntaban si sería candidato presidencial. En las encuestas figuraba con una modesta intención de voto. Mi madre y mi ex esposa alentaban mis ambiciones políticas. El público que asistía al estudio me arengaba en tono risueño a entrar en la pelea. Yo no sabía qué hacer. Me parecía divertido ser candidato, pero no me sentía en condiciones de salud para gobernar a nadie. Me hice unos chequeos generales. Mis pulmones seguían infectados, tenía el hígado de un viejo alcohólico y algunos médicos aconsejaban hacerme un trasplante de hígado.

En mi círculo íntimo, solo una voz me sugería no meterme en política ni ser candidato a nada. Después del programa, pasaba por su departamento, fumábamos un porrito, repasábamos las opciones y ella me decía que le parecía una locura lanzarme como candidato si no tenía plata para financiar la campaña, si mi salud estaba tan venida a menos, si era adicto a las pastillas para dormir y me levantaba a las tres de la tarde. Yo le decía tienes razón, todo eso es verdad, pero ¿y si hacemos una campaña solo por las noches, sin salir de Lima, todo por televisión? ¿No sería divertido sacar ocho, diez por ciento? ¿Y luego qué?, preguntaba ella, con sus bellos ojos de gato. Y luego me muero, supongo, decía yo.

Unas semanas después ella me dijo que estaba embarazada. A los pocos días el canal de Miami me ofreció un gran contrato para volver. ¿Qué hacíamos? ¿Nos quedábamos en Lima, me inscribía como candidato con novia y bebé en camino, sin plata para financiar la campaña? ¿Renunciaba al sueño político y nos íbamos a Miami a vivir una vida tranquila?


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