Guido Lombardi,Opina.21
Según todos los indicios, fue la renuncia de Walter Albán a la cartera del Interior la que precipitó los cambios efectuados ayer en el equipo ministerial. Ojo, la renuncia de Albán no fue una tirada de toalla, como muchos han querido interpretar, sino un último esfuerzo por ordenar la casa (limitar las funciones de la Onagi, pasar los gobernadores a la Presidencia del Consejo de Ministros) que no habría sido bien recibido en los ambientes palaciegos.
Para reemplazarlo se ha designado a un militar en retiro, el general Daniel Urresti, que viene precedido por los importantes logros en su lucha contra la minería ilegal. Aunque no faltan los que cuestionan su designación precisamente por esos logros, quienes hemos sido testigos de la devastación ambiental, la degradación humana y la corrupción que dicha actividad causa no podemos sino alegrarnos de que alguien con la determinación y energía de Urresti haya sido el encargado de combatirla.
Por cierto, no es lo mismo combatir la minería ilegal, con grupos especializados y selectos, que luchar contra el delito en todas sus modalidades contando para ello con un cuerpo policial desmoralizado, mal equipado, pésimamente entrenado y básicamente corrupto.
Y quizá aquí surge el primer ‘pero’ al entusiasmo demostrado por Urresti en su día inicial como ministro: la corrupción policial, apreciado general, no es un problema marginal ni de “pequeños grupos”, como usted ha señalado. Es una epidemia que afecta todos los niveles de la institución y su primera tarea tendría que ser crear un cuerpo de élite para detectar y extirpar esos núcleos de corrupción.
La tarea no es fácil. Lo demuestra el hecho de que Urresti sea el sexto ministro del Interior en menos de tres años. Tampoco ha sido buena la experiencia de militares que encabezan a la policía, pero Urresti parece tener una cosa clara: su labor requiere liderazgo y él está dispuesto a asumirlo. Esperemos que lo dejen.
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