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Opinión

Humala quiso ganarse alguito y pretendió, vivazo él, que renunciaran Pilar Freitas y Rolando Sousa, como si con los suyos no fuera la cosa.

Mauricio Mulder, Pido la palabra
Congresista

“Expreso mi disposición a declinar”, “me pongo a disposición del Congreso”, “no puedo renunciar porque no he juramentado”, “en unas horas dará a conocer que da un paso al costado”, etc, etc. Eufemismos y retuerzos idiomáticos para no decir lo único que el país quiere escuchar y que puede parar la ola de indignación que crece imparable: RENUNCIO al cargo para el que me han elegido. Nada más y así de claro. El que quiere irse simplemente se va y cierra la puerta detrás suyo.

Esas palabras se sumaron a las que, en la víspera, Ollanta Humala y Keiko Fujimori lanzaron al aire como si no tuvieran nada que ver en el contubernio. Humala quiso ganarse alguito y pretendió, vivazo él, que renunciaran Pilar Freitas y Rolando Sousa, como si con los suyos no fuera la cosa. Como si sus propuestas fueran ‘premios Nobel’ o algo parecido. Como si no se hubiese reunido en la víspera de la votación a cerrar la faena del día siguiente con la consigna “el Gobierno quiere tres” que le permitiera controlar por muchos años el TC.

Keiko quiso ser más audaz: “Que se anule” nos dijo, y luego se refugió en un absoluto silencio como si con ella tampoco fuese la cosa. En lugar de salir públicamente a pedirle a Rolando Sousa y a José Luis Sardón que renuncien o que, siquiera, digan que no van a ocupar el cargo, envía a su bancada para que se busque convocar una legislatura extraordinaria para aprobar una “nulidad” imposible jurídicamente. El objetivo es sacarla del problema, que todo quede en el Congreso. Y Sousa viene con eso de que él quiere renunciar, pero… no puede.

Y Toledo fue siempre…Toledo. Anunció, antes que la candidata, que esta daría un paso al costado y sugería una elección de meritocracia y no de banderías políticas. Como si no hubiese sido él mismo, con su terco reclamo de que la Defensoría del Pueblo “le corresponde”, uno de los protagonistas principales de la repartija. Hasta el cierre de estas líneas, la carta de marras brilla por su inexistencia.

Y, por último, Lourdes Flores, que también dice: esta no es conmigo. Su partido participa en la torta colocando al reconocido abogado Ernesto Blume –compadre de la excandidata presidencial y municipal–, pero ella está en el rubro no sabe no opina. El Sr. Blume enriquece aún más el castellano y tampoco pronuncia el verbo renunciar, y dice que se pone “a disposición del Congreso” (sic) y todos nos quedamos más confundidos que antes.

Ocho días estuvieron los nombres de los postulantes en todos los medios y los ocho días llovieron las críticas. Llegado el momento de votar, tres bancadas les dijimos que iba a haber una enorme reacción adversa, les señalamos que el proceso estaba viciado, que los acuerdos se respetan cuando cumplen requisitos y niveles, no cuando se trata de repartirse el botín del Estado, que, aunque sea, suspéndanlo una semana, que se vote uno por uno, que se vaya a un cuarto intermedio… Nada. La consigna era tan firme que, incluso, habían acordado no hablar. Renunciaron a su condición de parlamentarios y renunciaron a la posibilidad de convencer al país refutando lo que decíamos los opositores. Todo cayó en saco roto.

Y siguen ciegos. Por no querer dar la cara ante el país disponiendo, ordenando, conminando a sus escogidos a que simplemente digan en un papel que agradecen la elección, pero que por motivos de salud no pueden aceptarla, el problemón seguirá creciendo, y el váyanse todos se puede volver irreversible.


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