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Opinión

Giovanni Papini decía que “el problema no es que el ser humano quiera vender su alma al diablo, el problema es que el diablo no se la quiera comprar”. Si se la comprase por una buena cifra, el individuo gozaría por toda la ínfima eternidad de su breve existencia y podría morirse dejando, incluso, un epitafio pleno de palabras laudatorias.

Guillermo Giacosa,Opina.21
ggiacosa@peru21.com

Vendida el alma –como consciente o inconscientemente hacen muchos–, desaparecen los pruritos, se desvanecen nuestras responsabilidades para con el prójimo y todo se transforma en un burdel o en un casino –si nos interesan las cuestiones financieras–, donde cada cual puede perjudicar a quien quiera y hasta al conjunto del entorno sin que su conciencia –vendida o idiotizada por la prédica ideológica de quienes quieren un mundo así–, emita el mínimo decibel de un quejido.

Según Savater, la ética es como caminar mirándose los pies. Tarea imposible para quienes deben empeñar su tiempo en mirar las cifras prometedoras de sus cuentas bancarias o analizar la maniobra que les permitirá conseguir su próxima víctima.

El cerebro humano está diseñado para la empatía, es decir para entender al otro, para sentir al otro, para solidarizarse con el otro. Desgraciadamente, los objetivos explícitos e implícitos de este sistema –obsesionado con el crecimiento económico aunque en ello nos vaya el quedarnos sin planeta– es destruir esa base psicobiológica en beneficio de un supuesto progreso que no es otra cosa que deslumbrarnos con cachivaches de un año de duración, hacer sentir menos a quienes no los poseen y llevarnos a confundir felicidad con acumulación permanente.


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