La semana pasada reseñé un interesante ensayo de Diego Trelles Paz que propugna la posibilidad de un policial alternativo latinoamericano. Por pura coincidencia, esta vez me toca comentar una novedad que podría servir como ejemplo para la tesis que Trelles propone. Me refiero a Secta Pancho Fierro, de Miguel Sánchez Flores (La Plata, 1979), que el año pasado obtuvo el Premio de Novela Breve de la Cámara Peruana del Libro.
Hace no mucho analicé la primera entrega de Sánchez Flores, el libro de cuentos Ciudades vencidas, que si bien era irregular, exhibía no pocos aciertos. Podían destacarse su esencialidad y soltura narrativa, las obsesiones personales que complejizaban sus textos, así como una apreciable pericia técnica. En Secta Pancho Fierro, estos méritos aparecen repotenciados en un proyecto más extenso cuya fluidez y amenidad no decaen casi nunca.
La trama es bastante imaginativa: Manuel Fontana, un joven profesor de Arte de la Universidad Católica, se ve envuelto gracias al azar en una investigación acerca de una misteriosa secta integrada por intelectuales, políticos y empresarios que tiene como misión “escribir una historia del arte peruana elitista y excluyente” por lo que “han reescrito la leyenda de Francisco Fierro a su manera, confundiendo su legado”. Para cumplir este objetivo son capaces de llegar a la intimidación, la falsificación y hasta el asesinato.
Si bien Secta Pancho Fierro puede catalogarse en el rubro del policial, el juego de pesquisas, pistas falsas e intrigas que la recorren no es en el fondo sino un pretexto para que Sánchez Flores vuelva a desarrollar las fijaciones que lo obsedían en su debut. La más llamativa es la turbadora presencia de las mujeres –siempre blancas, emotivas y sobre todo pecosas, muy parecidas a las de Ciudades vencidas– que, según las circunstancias, iluminan, determinan y confunden el rumbo del protagonista en todos los aspectos de su vida y de la indagación en la que está inmerso.
Es en este aspecto donde sobresale uno de los mayores logros de esta novela: la construcción de sus personajes. Manuel Fontana es siempre convincente, tanto en sus motivaciones como en sus fobias. Las relaciones de estas con sus orígenes y pasiones iniciáticas les otorgan adecuada consistencia. En cuanto al elenco femenino, está conformado por personajes bien delineados: la protectora Jimena, la temperamental Sara y su núbil hija Gabriela, quienes cobran vida propia en la narración. Están lejos de ser meros pretextos incidentales. Lo mismo se puede decir de algunos personajes masculinos, como el caso del desconfiado y dicharachero López y sobre todo el embrutecido y elemental Guillermo Quijano, quien aporta la cuota de humor y sordidez al relato.
En general la historia transcurre sin mayor tropiezo, salvo contados momentos, como el episodio que transcurre en París, quizá el punto más moroso de una trama que se transforma gradualmente en una confrontación entre realidad y ficción cuyo desenvolvimiento, más allá de algunos recursos algo manidos y predecibles, es eficaz y cumple con las pretensiones del libro. Pretensiones modestas, eso sí, pues estamos ante un libro ligero que no se compromete más allá del juego que lo anima. Al terminar de leerlo, Secta Pancho Fierro nos da la impresión de ser un mecanismo eficiente, pero de alcance breve y sin mayor profundidad. Quizá superar esas barreras sea el desafío de Miguel Sánchez Flores para su próxima incursión. Por ahora, el saldo es positivo.
Valoración
- Miguel Sánchez Flores
- Secta Pancho Fierro
- Planeta, 2017. 166 pp.
- Relación con el autor: Conocidos.
- Puntuación: 3.5 estrellas de 5 posibles.
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