Sudamérica son 17,840.00 kilómetros, ocho regiones climáticas y 12 países. Si pensamos en alguien recorriéndola en una moto, lo primero que nos viene a la mente es el viaje del ‘Che’ Guevara retratado en Diarios de motocicleta. Si pensamos en alguien cruzándola en mototaxi, primero diremos que está loco y segundo, tendríamos que contar la historia de Anton Bernhardt.
Anton entró a Sudamérica por Brasil, adonde llegó en barco luego de dejar su trabajo como periodista en Marburg y largarse a mochilear. De Brasil –y del continente entero– sabía poco más que los nombres de algunos futbolistas. De Brasil, mochileando, caminando, saltó a Surinam, Guyana, Venezuela y Colombia, donde descubrió los mototaxis, o motoratones, como se llaman en el país cafetero.
En sus viajes llevaba una mochila pesada y pensó que ese vehículo era ideal para cargar con todo ese peso y seguir adelante en su travesía. Luego de casi un año en Colombia consiguió que le vendieran una moto por poco menos de US$2 mil. Soldó algunos tubos y acopló una cama plegable en la parte de atrás, puso un colchón de espuma, un cenicero y colocó dos maceteros a cada lado, hechos con bambú.
Metió su ropa, sus libros, su laptop antigua, su pelota de básquet, algo de comida y un bidón de gasolina. Dejó Colombia, cruzó Ecuador y recorrió Tumbes, Piura, Lambayeque, La Libertad, Áncash y llegó a Lima, donde estuvo solo una semana.
A diario, Anton desayuna avena con maca y rocía el plato con unas pocas pasas. Cuando puede, cuando la plata alcanza, come un cebiche al paso, mientras intenta aprender a prepararlo de la mejor manera. Cuando todo esto acabe, cuando llegue a Buenos Aires, venda el mototaxi y decida que ha llegado la hora de volver a casa, Anton sueña con abrir un restaurante de comida latinoamericana.
Sus platos estrellas, cuenta, serán las arepas y el sancocho colombiano, el cebiche de camarones ecuatoriano y el cebiche de pescado peruano. Si aprendió a hablar en español manejando por el continente, ¿cómo no va a aprender a dominar unos cuantos platillos típicos? Para comprobarlo, eso sí, habrá que ir a visitarlo a Marburg.
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