En días en que los esfuerzos de Ejecutivo por solucionar la protesta en Saramurillo se muestran infructuosos, es necesario destacar el gran desafío de un Ejecutivo repleto de tecnócratas de distintas especialidades. Existe una apremiante combinación de desafección política y conflictividad social.
En las elecciones presidenciales de abril de 2016, la desafección política (definida como la suma de ausentismo y voto de protesta –votos blancos y nulos– respecto a la población electoral) fue muy alta en varias regiones del país.
En tres regiones selváticas (Loreto, 47.5%; Amazonas, 47%; y Huánuco 45.1) y dos andinas (Apurímac, 42.3%; y Huancavelica, 45.5%), el nivel de desafección bordea la mitad de la población electoral. En el otro extremo, Lima (25%) y las regiones de la costa sur (Ica, 25.5%; Arequipa, 25.7%; Moquegua, 25.4%; y Tacna, 24.9%) registran los niveles más bajos de desafección. El promedio nacional es de 35.4%.
Veamos cuál es la situación en las tres regiones que han presentado mayores niveles de convulsión en el inicio del gobierno: Loreto, Apurímac y Ucayali.
Loreto, desde fines de agosto hasta la fecha, tiene como epicentro del conflicto a Saramurillo. Apurímac, en tanto, sobresalió por las protestas contra el proyecto minero Las Bambas, siendo el punto más álgido la muerte del ciudadano Quintino Cereceda. Finalmente, en Ucayali se ubica el distrito de Curimaná, escenario de tres muertes por enfrentamientos entre quienes apoyaban la reinstalación del alcalde Loiber Rocha y los que se oponían a esta, acusándolo de corrupción y malos manejos.
Como se ha visto, Loreto y Apurímac se presentan en el grupo de las regiones con mayor ausentismo y voto de protesta, mientras Ucayali (con 40.8%) se ubica en el segundo nivel de desafección.
Al hacer un zoom al interior de estas regiones, encontraremos que las localidades más afectadas por la conflictividad muestran niveles de rechazo aun mayores que los promedios regionales.
En la votación de la primera vuelta de 2016 en los dos distritos donde hay conflictos activos –Urarinas y Trompeteros–, el porcentaje bordea el 70%.
La situación en Apurímac no es muy distinta, a pesar de las evidentes diferencias geográficas. En Grau y Cotabambas —las provincias que acogen al proyecto Las Bambas,— aproximadamente la mitad de la población electoral no fue a votar o, haciéndolo, no votó por ninguno de los candidatos.
En Curimaná (Padre Abad, Ucayali), los indicadores de desafección se reducen ligeramente: ausentismo, votos en blanco y nulos suman el 45%.
La desafección política plantea a la democracia peruana el desafío de abordar la conflictividad social con mecanismos que trasciendan los espacios formales asentados en Lima.
En tanto los conflictos sigan siendo gestionados con una mirada tecnocrática que no considere los altos grados de desapego existentes en el país, lo más probable es que se siga llegando a las siempre inestables soluciones temporales. El bloqueo fluvial en Saramurillo no podrá detenerse, mientras las agitadas aguas de la desafección sigan fluyendo.
CIFRAS
- 35.4% es el promedio de desafección política a nivel nacional.
- 69.7% es la cifra de desafección política que se alcanza en Trompeteros, la más alta del grupo observado.
*Contenido elaborado por el grupo de análisis político 50+1 para Perú21
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