¿Y después qué?

Mónica Delta,Opina.21
Mi intención no es hablar ni de victoriosos ni de derrotados. La hora de la verdad comienza después de las lides electorales. Luis Castañeda asumirá funciones en enero y no tendrá ni luna de miel ni las contemplaciones de otras épocas. Lima exige respuestas y soluciones reales. Susana Villarán tiene dos meses y medio para una transición inteligente en la que la “sangre en el ojo” es lo único que no debe aparecer.

Enrique Cornejo y Fernán Altuve han respondido rápido a la convocatoria del virtual burgomaestre y han anunciado que sus equipos técnicos están a disposición del alcalde electo. Actitud democrática y auspiciosa si es que pasa de la palabra a la obra. Prácticas que debieran ser comunes normalmente son ajenas en nuestra clase política.

Castañeda no podrá detenerse solo en la ejecución de más escaleras y hospitales de la Solidaridad, obras que, en su momento, le cambiaron la vida a personas de escasos recursos. La Lima de hoy, con cerca de 10 millones de habitantes, le exigirá respuestas eficientes en seguridad y en el transporte público, y no admitirá un retroceso en lo que la actual administración edil ha llamado reforma, que, aunque no es tal, lleva implícita una decisión de erradicar las combis.

Debemos ir hacia un sistema integrado de transporte en el que el tren, el Metropolitano, los corredores y los alimentadores formen un todo, lo que haría de Lima una ciudad más viable. Hacia eso debemos ir.

En la otra orilla, tenemos claro que hay una distancia enorme entre la capital y el resto de las regiones, sobre todo en aquellas que reciben canon. El Gobierno y el Congreso deben tomar por las astas al toro y buscar mecanismos para controlar la ejecución de presupuestos y evitar que delincuentes desvalijen a sus pueblos de la forma como lo están haciendo.

Las instancias llamadas a dar solución a esto no pueden seguir con los brazos cruzados. De lo contrario, deberían recentralizar el gasto nacional y colocarlo en manos eficientes y honestas.