Mónica Delta,Opina.21
mdelta@peru21.com
“No podía creer que finalmente llegaba de vacaciones al Perú. Varios amigos y familiares me habían asegurado que se trataba de un lugar fabuloso, de comida incomparable. Que la gente que conocieron fue muy amable y servicial, incluso, cuando trataron de comunicarse en su pobre español. Así que tomé su consejo y aquí estaba, bajando del avión de LAN tras un vuelo muy largo desde Washington DC.
Tras un rápido paseo desde la nave llegué a la zona de inspección de pasaportes, lo que me tomó 40 minutos avanzar hasta el agente de migraciones. Hasta ahí, lento, pero no desesperante. A continuación ingresé a una enorme habitación, donde cientos de pasajeros corriendo y sudorosos pugnaban por encontrar un carrito de equipaje. Después de momentos de desconcierto, yo pude encontrar uno muy pesado y difícil de maniobrar. Paso siguiente, ya muy agotado, fui a buscar el carrusel correcto para recoger mis maletas. Luego de 40 minutos más, empecé a preocuparme y, mareado de ver circular la banda sin que aparezca mi equipaje, mi preocupación aumentaba y traté de consolarme pensando que se trataba de un vuelo repleto de pasajeros. A los 45 minutos apareció mi maleta. Me dije, ¡qué bueno!. Busco un taxi y a descansar a mi hotel para comenzar esta linda aventura. Pero no. Me faltaba una línea enorme, con muchas personas fastidiadas, empujando con las justas estos carros de maletas. Había una sorpresa más. 30 minutos después, ya con desazón, me topé con el scanner, donde cada uno de nosotros, incluyendo turistas retirados de más de 70 años en promedio, debían volver a cargar las pesadas maletas para introducirlas en la máquina. Pobres viejos, pensé, tenían que literalmente arrastrar sus maletas y subirlas a la banda. Soy viajero permanente y esto no lo he visto en otros países. Lamentablemente tengo que decir que no es la más cordial ni eficiente bienvenida al Perú”.
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