22.NOV Viernes, 2024
Lima
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Opinión

Han pasado treinta meses sin venir a esta ciudad. He batido mi marca personal. He fracasado, sin embargo. La meta trazada era cumplir sesenta meses sin pasar por esta ciudad. A mitad del camino, he cedido a la nostalgia y, sin ningún entusiasmo, más bien resignado, me he dejado invitar a la feria. Sé que el viaje será inútil y altamente peligroso.

Jaime Bayly,Un hombre en la luna
http://goo.gl/jeHNR

A mis años y con la salud algo delicada, no tiene sentido exponerse así. Lo juicioso era declinar y quedarse en casa, disfrutando del verano en la isla. No se pudo, triunfó la vanidad. Los escritores solo podemos sentirnos importantes cuando nos llevan a una feria y nos exhiben y nos piden hablar y nos sientan a firmar libros. No podemos dar conciertos, no podemos actuar en películas, no podemos tomarnos fotos con reyes y presidentes como los políticos que llegan al poder, no podemos exponer nuestras obras en grandes museos, no nos queda entonces sino el consuelo de mostrarnos de vez en cuando en una feria. Hay escritores que dan clases en la universidad, conferencias magistrales, supongo que en esos momentos rozan una cierta grandeza que se les escamotea del aire cuando están a solas, escribiendo. Hay escritores que se meten en política y aceptan un ministerio, una embajada, una candidatura, y se arruinan, dejan de escribir, se alejan del arte, que nunca se origina en los tumultos y tiene un pacto vicioso con la soledad y me parece que también con la desdicha. Hay escritores que, para no sentirnos completamente inútiles y olvidados, para engañarnos un par de horas, nos dejamos llevar a una feria a que nos miren como bichos raros. Para eso he venido a esta ciudad, para presentar una novela en la feria. Pero todo me parece bastante inútil porque la novela ya está presente en la feria y si no aparezco en la feria la novela de todos modos se las ingeniará para presentarse sola. ¿Habrá gente que solo comprará la novela si uno se descuelga en la feria y dice un par de gracias? O dicho de otra manera: ¿habrá gente que, despechada, furiosa, dejará de comprar la novela si uno no viene a la feria por pereza o por temor a que algún lector, al estrecharte la mano y darte un beso, te pase la gripe fatídica? Tengo la impresión de que mi presencia en la feria no servirá para nada, a no ser para entretener pobremente a los curiosos que se asomen desprevenidos al acto. Me resisto a creer que alguien irá a la feria interesado por las cosas que iré a decir bajo su carpa. En estos tiempos, perdón si me equivoco, el interés más urgente no es leer la novela sino hacerse la foto, quizás mostrando la novela, pero no necesariamente obligándose a leerla, eso ya se verá. La feria, que se llama del libro, termina siendo, sobre todo, de la foto, porque los escritores que se dejan airear en público tienen que saber (y si no lo saben, menuda decepción se llevarán) que el público lector lo que más agradece es una firma (pero ya no tanto) y una foto (pero no sentado, de pie, y no tan serio, sonriendo, y no una sola, dos y hasta tres porque la primera salió mal). Esa es la experiencia que tengo de pasearme por ferias de libros: uno se sienta, muestra sus frutas, hace guiños a la concurrencia para que compre la cosecha, la fruta fresca, de estación, y algunos se llevan la fruta y otros se resisten, se muestran renuentes, la observan, la estudian, la huelen, la devuelven al estante y se van con una mirada displicente. Entre los que nos compran la fruta fresca y la verdura no faltan, por supuesto, los que, a su vez, quieren vendernos su propia fruta, y entonces nos dejan el manuscrito, el poemario, la obra de arte inédita, fruta que uno va dejando caer en un bolso en el que habrán de entremezclarse cartas de pundonor sentimental, currículums de periodistas, novelas eróticas y fotos de un pene en erección y su respectivo teléfono celular. Así es como terminan las ferias, o así es como terminan mis ferias: regreso a casa y abro el bolso cargado de intenciones y confirmo que soy un escritor deplorable y los que me leen con pasión están todos más chiflados que yo. Lo bueno de ir a la feria es que siempre está latente el riesgo de que pase algo violento o humorístico: que te insulten, te tiren huevos o pintura, te confundan con otro escritor, que te den a firmar un libro pirata, que te pasen el celular para que hables con su mamá que está en provincias, que te roben la billetera mientras estás firmando “con todo mi aprecio y gratitud”. Lo bueno de ir a la feria es que el libro, con suerte, se venderá un poco más: cuánto más, digamos cien ejemplares, doscientos ejemplares más. Pero los riesgos entrañan también unos ciertos desprestigios, porque el público lector a veces se decepciona y dice no, ya no es el de antes, ha perdido la chispa, está gordo, está drogado, está en el clóset y amargado, se ha echado al abandono, hubiera preferido quedarme con el recuerdo y no verlo así, hecho una foca, una ballena. Y está también el riesgo de que aparezca algún indeseable a robar unos minutos de protagonismo: un amante envenenado por el despecho, un cantante popular, una puta famosa, un reportero intrépido. En esos casos, uno ya está en el matadero y no cabe sino sonreír mansamente, cediendo el aire al que lo procura con tanto desespero. Todo, entonces, está preñado de riesgos: si no vienes a la feria, que se enojen los de la editorial y aleguen que las ventas fueron bajas porque no pusiste ímpetu en la promoción; si vienes a la feria, que las ventas sean igualmente bajas y los de la editorial se espabilen y digan con este tontín estamos fritos, ya no compran sus libros ni sus tías; si no vienes a la feria, que te hagan fama de arrogante; si vienes a la feria, que te hagan fama de exhibicionista; si vienes, que se harten de ti; si no vienes, que se olviden de ti. No estaba para nada claro si debías subirte al avión que te devolvería a la ciudad a la que te habías propuesto no volver en sesenta meses, pero, arrastrando dudas y temores, te has subido porque quieres sentirte vivo como escritor y no hay nada más estimulante que te digan he leído tu novela y me he reído. Este es sin duda el mejor de los elogios: que te digan me has hecho reír, cómo me he reído, qué gracioso esto y lo otro. Si una sola persona te dice que se ha reído leyéndote, el viaje habrá valido la pena. Una novela es un viaje y quizá la travesía no termina cuando la lectura ha concluido sino cuando el lector y el escritor sellan la conspiración con un apretón de manos que confirma que el intercambio ha sido provechoso y ninguna de las partes reclama nada. Todos los años digo esta es la última feria, nunca más una feria, ya estoy viejo para salir a vender la fruta fresca, pero, por lo que parece, siempre habrá una feria más, un libro por firmar, un vuelo a medianoche al que, quejándote, regañando, debes abordar.

(Jaime Bayly se presentará hoy lunes 29 de julio, a las 7:00 de la noche, en la Feria del Libro de Lima, presentando su novela La lluvia del tiempo, Editorial Alfaguara).


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