Monserrat Brugué,Actriz
Autor: Gonzalo Pajares.
gpajares@peru21.com
Monserrat ‘Monchi’ Brugué regresa a Lima y al teatro con Rosa de dos aromas, obra acerca de dos mujeres unidas por sus conflictos. Va de jueves a lunes en el Teatro de Lucía (Bellavista 512, Miraflores). En esta charla, repasamos su vida un tanto alternativa.
¿Te presentas como ‘Monchi’ o como Monserrat?
Generalmente digo ‘Monchi’, porque así me llamaron toda la vida mis papás y mis amigos. A veces me corto y no digo ‘Monchi’ para que la gente no piense que me estoy presentando como mi personaje en Pataclaun.
¿Sientes que darle tu nombre a tu personaje te perjudicó?
En un momento me molestó porque viví situaciones incómodas, pero no siento que me haya perjudicado. Le estoy muy agradecida al personaje, me dio grandes satisfacciones; es lindo caminar y que la gente te trate con cariño.
¿Qué tan infantil eres?
(Piensa). Ya no tanto, siendo mamá ya no se puede (ríe). Pero siempre juego, siempre me divierto, nunca he perdido mi esencia de niña.
¿La manipulación a través de la ternura es un elemento que reconoces en ti?
Ese era un elemento del personaje, estaba en el guion (risas). De hecho todos, cuando deseamos obtener algo usamos nuestras mejores armas, dentro de ellas la ternura, pero sanamente, todo depende para qué la empleemos. No me considero manipuladora.
Estuviste viviendo en Cusco…
Cuatro años, pero he vuelto a Lima. Desde la primera vez que fui a Cusco me dije “yo quiero vivir en esa ciudad”. Cusco tiene algo mágico, precioso. Además, me encantan las montañas, la naturaleza, la sierra. Al papá de mi hija lo conocí allá, y él me dijo “de acá no me voy”. Justo salí embarazada, vivimos en Lima tres años, y luego decidimos regresar. Aunque ya no estamos juntos, fue muy bonito compartir ese sueño: vivir en el campo, en medio de la naturaleza.
Eso es un poco hippie…
Seré un poco hippie, pues (risas). Es más, en estas cosas lo soy, es una opción de vida. Puedo estar en donde sea pero, de corazón, soy bien hippie: me gusta lo natural, lo espiritual. Mis padres nunca bloquearon mis iniciativas, siempre me apoyaron. Siempre fui bastante rebelde, siempre seguí mis sueños, mi vocación: me fui a la India, estuve en Italia. Pero ahora, ya con mi hija, las cosas han cambiado. Pasé cuatro años muy bonitos en Cusco, pero también muy fuertes y he replanteado mi forma de vida porque mi hija no tiene por qué vivir un sueño que es mío. Siento que en Lima tendrá más posibilidades. Además, yo extrañaba las tablas; en Cusco hay un tope porque no hay un teatro, el que había hoy es un supermercado, algo tristísimo. Entonces, me dije, “se acabó”. A eso se sumó que el padre de mi hija regresó a Lima y yo no quiero que esté lejos de él.
¿Te gusta Lima?
He llegado y me he sentido una provinciana (ríe). Sin embargo, estoy feliz, porque me encontrado con Sandra y Cécica Bernasconi. Lima puede ser maravillosa, pero yo quería que mi hija apreciase la naturaleza, que no estuviera contaminada con las cosas materiales, pero hoy está lista para enfrentar estas circunstancias. Tiene una buena base, sabe agradecer su comida, sabe que la tierra es importante, que hay que proteger a la naturaleza, cuidar el agua.
Te recuerdo en Bala perdida, la película de Aldo Salvini…
Acababa de regresar de Italia, a donde fui porque estaba llena de conflictos con mi claun, en búsqueda de mi yo adulto. Y justo Salvini me ofreció un papel en su película, situación que me ayudó a decir “no soy solo el claun, he hecho muchas cosas más”. En la cinta era una chica recontra maleadita. La experiencia fue muy fuerte porque filmamos escenas en lugares sagrados. Terminaba de filmar y me iba a caminar cinco horas, y lloraba y le pedía perdón a la tierra. Personalmente, fui muy conflictivo porque, imagínate, representábamos una orgía en el Templo de la Luna, un lugar sagrado. Igual, trabajar con Aldo fue maravilloso.
¿Ese Cusco existe?
Sí, pero yo vivía alejado de él. En las noches cusqueñas hay de todo, corre mucha droga. ¿Me gusta ese Cusco? No. Nunca he sido muy juerguera. Me gusta bailar pero he ido pocas veces a una discoteca.
Pintas mandalas…
Sí. Mandala significa círculo, y son representaciones –símbolos, figuras geométricas– que están enmarcadas dentro de estos círculos. Pintar mandalas es meditar, es conectarte con tus emociones, con tu centro; mientras pintas te purificas, te conectas contigo y con el universo.
Rosa de dos aromas habla sobre la mujer latinoamericana…
En la obra se encuentran dos mujeres que viven una situación muy complicada. A raíz de ella empiezan a valorarse como mujeres, a independizarse, a darse cuenta de su fuerza, del valor de la amistad y a reconocerse, a pesar de muy diferentes, en la otra.
AUTOFICHA
- Viví en Cusco durante cuatro años. Allí fui profesora de teatro de niños de kinder hasta secundaría (ríe). Fue una experiencia increíble pero muy sacrificada.
- Mi hija estudiará en Los Reyes Rojos, un colegio donde hay gente parecida a mí. Cuando salimos, recogemos la basura que la gente bota.
- Estuve cuatro meses en la India. Viví en una comunidad de budistas. Las mujeres eran muy sumisas. Por ejemplo, conocí a dos hermanas casadas con el mismo tipo.
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