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Opinión

En octubre, en dos ataques, el Partido Comunista Peruano – Sendero Luminoso (PCP-SL o Sendero Luminoso) asesinó a tres oficiales peruanos.

En octubre, en dos ataques, el Partido Comunista Peruano – Sendero Luminoso (PCP-SL o Sendero Luminoso) asesinó a tres oficiales peruanos. Desde el 2008, son 76 oficiales, entre militares y policías, abatidos –aniquilados, como les gusta decir– por Sendero.

SL está reagrupado alrededor de nuevas figuras (predomina el clan Quispe Palomino), apoyado en una serie de fuentes de financiamiento (narcotráfico, cupos, etcétera), y cuenta con una ventaja estratégica clave: ha aprendido del pasado, sabe qué es lo que arriesga y, peor aún, cree que el Gobierno Peruano facilita –por desidia y desinterés– su accionar. Algo de razón tiene.

El objetivo central de SL sigue siendo el mismo de los 80 y 90: llegar al poder a través de la lucha armada. Quienes crean que esto es imposible recuerden al Partido Comunista de Nepal, cuyo modelo es Sendero Luminoso (de hecho, se llama Sendero de Prachanda, por el nombre de su líder), que llegó al poder en el 2008.

El manual estratégico y táctico del PCP-SL, recientemente descubierto, deja este objetivo central muy claro. Reivindica el “pensamiento Gonzalo”, aunque sostiene que se aleja de él. Este nuevo grupo considera su gesta “más heroica” que la de Mao, nada menos.
¿Cuál es la capacidad –real– con la que cuenta Sendero Luminoso? En 1979, a pocos meses del inicio de la lucha armada, Sendero contaba con cerca de 2,000 militantes armados. Hoy, los cálculos apuntan a unos 450 miembros; no obstante, están mejor armados, mejor ubicados en su zona de acción y cuentan con una mejor fuente de financiamiento.

Entonces, no se trata de un plan desarticulado o una letanía de unos cuantos; Sendero puede, en un corto plazo, convertirse en una amenaza real y letal para nuestro país.

Si Sendero no llegó al poder en los noventa (y, según un informe de la Corporación RAND de 1990, era casi inminente) fue por dos razones principales; primero, porque el campo nunca lo entendió como una solución, sino como un problema: Sendero asesinaba a campesinos, profesores, médicos, destrozaba sus cultivos y mercados, tomaba a sus hijos e hijas, comida y recursos. Esto animó, entre otras cosas, la creación de las rondas campesinas. En segundo lugar, un cambio en la estrategia antisubversiva. No estamos haciendo un balance moral o legal de la misma, sino señalando un hecho indiscutible.

A diferencia de los años 80 y 90, Sendero hoy pretende incorporar al campesino y a las zonas rurales a su proyecto: “No estropear los cultivos; al contrario, cuidarlos, porque es el alimento y la economía del pueblo…” (página 2 del manual). Si en los 80 tomaba el alimento del campesino, hoy se lo comprará: “Al realizar compras, hay que variar y no realizar de una sola tienda o establecimiento…” (página 4).

Este es un cambio radical (y muy importante desde el punto estratégico): en los 80, los campesinos crearon las rondas campesinas y los comités de autodefensa, mecanismo bajo el cual combatieron militarmente a Sendero. Para algunos intelectuales como Carlos Iván Degregori, la derrota de Sendero se explica más por estas organizaciones que por las acciones del Estado Peruano.

A estas alturas, Sendero plantea (página 12) regresar al “aniquilamiento” de las fuerzas vivas, así como perpetrar ataques selectivos, volar torres de alta tensión y atacar al gasoducto de Camisea (el cual compromete casi el 29% de nuestro PBI; cada semana de interrupción significa cerca de 0.6 puntos de crecimiento anual; en otras palabras, si este año creceremos 2,8%, una semana de paralización del gasoducto reduciría la tasa anual a 2,2%).

Frente a esta amenaza, ¿estamos preparados? ¿Los ministros Urresti y Cateriano cuentan con el respaldo y las competencias necesarias? ¿Nuestro sistema legal está preparado para lidiar con dicho fenómeno? ¿Contamos con capacidad logística para reactivar las rondas campesinas? Estas son solo algunas de las decenas de preguntas que debemos hacernos lo antes posible.

Por lo pronto, dejemos de tergiversar el fenómeno; Sendero Luminoso es terrorismo, puro y duro, no “narcoterrorismo”; si aprovechan el financiamiento del narcotráfico, es secundario ante la criminalidad terrorista. Si una persona viola y mata a otra, no lo calificaríamos de violador, sino de asesino.

Por otro lado, renunciemos a calificar de “hostigamiento” los ataques senderistas. Cuando Sendero ataca una base o intercepta a una patrulla y mata a soldados, no está “hostigando” a las bases, está en el proceso de aniquilación que pregona.

No podemos, por segunda vez, facilitar el surgimiento de un demencial grupo terrorista, menos aún cuando contamos con recursos y una población que por primera vez en la historia posee más esperanzas que recuerdos.


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