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Si nos preocupa que nuestros hijos solo quieran estar conectados a las redes sociales, jugando con las pantallas o navegando infinitamente en Internet, deberíamos preocuparnos, primeramente, por cómo nos estamos comportando nosotros –en términos tecnológicos– frente a ellos.

Lucía de Althaus,Opina.21
www.parentalidad.pe

Si nos preocupa que nuestros hijos solo quieran estar conectados a las redes sociales, jugando con las pantallas o navegando infinitamente en Internet, deberíamos preocuparnos, primeramente, por cómo nos estamos comportando nosotros –en términos tecnológicos– frente a ellos. ¿Veo y respondo mis mails cuando almorzamos en la mesa? ¿Respondo algún whatsapp mientras armo rompecabezas con mi hijo? ¿No le hago caso porque estoy en medio de una complicada jugada de Candy Crush? La respuesta, siendo sinceros, es sí, lo hacemos. Si bien es imposible ser modelos de perfecta coherencia, al menos tenemos que intentarlo. Podríamos empezar por instaurar una regla familiar básica, como no permitir ningún aparato tecnológico en la mesa. Si nosotros hacemos el esfuerzo consciente de mantener fuera de nuestro alcance el teléfono mientras almorzamos o cenamos en familia, no solo vamos a obtener un único momento al día sin interrupciones para poder dialogar, sino que nos convertimos en modelos coherentes de lo que exigimos. Si nosotros ponemos la regla, tenemos que empezar por cumplirla.


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