Juan José Garrido,La opinión del director
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Primera. El gran ganador de esta contienda, tanto a nivel local como regional, es el voto popular. Ustedes dirán que eso es tautológico, una pavada. Pero no lo es: en Lima ganó Castañeda contra la voz de las élites académicas e intelectuales, un gran contingente mediático, denuncias y motes que lo identificaban como un inmoral, y la ventajosa posición política que brindaba el poder municipal; en Cajamarca ganó Santos, preso por corrupción, responsable directo de la debacle económica regional (y gran responsable de la decaída nacional) y, sin embargo, inmune, aupado por los deseos de casi la mitad de cajamarquinos; y así.
Sea por una amplia mayoría o una ajustada preferencia, el voto refleja el sentir popular y estas elecciones han demostrado –si hacía falta– que no hay estrategias probadas, ni beneficios del cargo, ni iluminados asesores que valgan, si no existe un candidato que produzca en el electorado un sentimiento de identificación, y eso parte por entender al elector objetivo. Lo que busca el electorado no es sino una persona como ellos, que entienda sus necesidades y aspiraciones, y que pueda persuadirlos de que él o ella, en efecto, sabe cómo cubrir esas necesidades.
Segunda. La marca sigue funcionando en el mercado político, tanto como con cualquier producto o servicio. Solidaridad Nacional en Lima y Alianza para el Progreso en el norte son dos buenos ejemplos. Pero de nuevo, la marca sigue al candidato; marcas sin candidatos identificados con el electorado no predicen una victoria. El fujimorismo, el aprismo y los pepecistas tienen mucho que aprender de estas elecciones.
Tercera. No importa cuánto crezcamos económicamente o cuánta modernidad llegue a la plaza, las grandes brechas sociales y económicas siguen manteniendo un voto antisistema muy fuerte en el Perú. Hace unos meses medimos el sentir ideológico de los peruanos: cerca de 58% se clasificarían como “centro” y 31% como “autoritarios”; el restante 11% se subdividía en progresistas, liberales y conservadores. No tienen por qué llamarnos la atención ciertas candidaturas como las de Santos o Aduviri. Que les gusten o no a las élites académicas y empresariales poco importa a ese 31% de peruanos. Trabajar contra dichas candidaturas cae en saco roto; hay que trabajar en ese 31% de inconformes, incluyéndolos de la mejor manera posible en nuestro proceso de desarrollo, lo que implica trabajar en los campos institucionales, económicos y políticos. Mientras nuestras instituciones y leyes excluyan al ciudadano de a pie (nuestro sistema judicial, por ejemplo) seguiremos contando con un tercio de la población insatisfecha con el “modelo”.
Cuarta. Las redes sociales juegan, cada vez más, un papel importante en las decisiones electorales. La razón es sencilla: transmiten de manera rápida, barata y efectiva la narrativa partidaria, sea a favor de su candidato o en contra del adversario. La candidatura de Madeleine Osterling en San Isidro es un claro ejemplo: hace unas semanas se encontraba en tercer lugar, por detrás de Manuel Velarde y Antonio Meier; hoy se encuentran en empate técnico. ¿Qué volcó las preferencias en tan poco tiempo? Sin duda, las redes: la exposición por diversos motivos (el trabajo de su equipo, los memes, etc.) la hizo conocida, pudo transmitir sus ideas y propuestas, y, con ello, llegar a más electores. Las redes funcionan, y, conforme la penetración de teléfonos inteligentes e Internet aumente, su importancia será cada vez mayor.
Quinta. Última reflexión, pero no la menos importante. Nuestra partidocracia tiene un gran reto por delante: devolverle a la ciudadanía la fe en la organización político-partidaria. Hace unas décadas, las personas –la gran mayoría– se identificaban con corrientes ideológicas y con propuestas políticas; el Apra, los socialdemócratas, la izquierda, son algunos ejemplos. Hoy, la ciudadanía ha optado por agrupaciones locales, aquellas que –en teoría– se identifican en mayor medida con los electores. Estas elecciones son una llamada de atención a los partidos políticos.
Sin partidos políticos será muy difícil construir el ecosistema institucional que necesitamos a fin de encarar nuestros sueños republicanos. Un país sin organizaciones políticas con cuadros técnicos y debate interno, con propuestas y democracia interna, difícilmente podrá afrontar sus diferencias internas por la vía de la ley y el orden. Más aún con las diferencias sociales y económicas con las que contamos. Si los partidos no hacen su trabajo, no hay quien lo haga: los electores migrarán a las alternativas locales y la democracia avanzará de tumbo en tumbo, con sobresaltos aquí y allá. Aún estamos a tiempo de revertir esta fatídica tendencia.
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