Guido Lombardi,Opina.21
glombardi@peru21.com
Pues bien, ayer, el presidente Juan Manuel Santos, ha anunciado desde el Palacio Nariño el comienzo de un proceso de paz entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC, y ha tenido el coraje de asumir todas las consecuencias diciendo: “La responsabilidad caerá sobre mis hombros, y de nadie más”. Ha subrayado también que las operaciones militares no van a cesar en ningún caso y, con un optimismo que algunos calificarán de exagerado, ha señalado que el diálogo durará “meses, no años”. El presidente colombiano confirmó que se ha llegado a un acuerdo entre el Gobierno de Colombia y las FARC que establece un procedimiento para llegar hasta el final, teniendo a Cuba y a Noruega como “garantes”, y a Venezuela y a Chile como “acompañantes”.
Santos, cuya voluntad por resolver el problema más grave de su país nadie podrá desconocer, independientemente de los resultados del diálogo, mencionó también el interés del Ejército de Liberación Nacional (ELN), la segunda fuerza subversiva del país, de sumarse al proceso de paz e invitó a sus integrantes a “ser parte de este esfuerzo por terminar el conflicto”.
Por su parte, Rodrigo Londoño Echeverri (el actual jefe de las FARC, más conocido como ‘Timochenko’, su nombre de guerra) ha corroborado –desde La Habana– el inicio de un proceso que “atiende al clamor de la población colombiana” y ha declarado, con cierto dramatismo: “Cuánta muerte y destrucción para finalmente concluir que la salida no es la guerra”.
Allí está el ejemplo para quien quiera verlo. Ojalá no tengamos que esperar 60 años para valorar las virtudes del diálogo y reconocer la inutilidad de la confrontación.
Eso nos permitiría disfrutar del agua y del oro.
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