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La última entrega de los indicadores de gestión y cuentas del Banco Mundial (Worldwide Governance Indicators 1996-2013) muestra una pésima señal en el devenir de nuestra gobernancia. En cinco de los seis indicadores, o estamos igual o estamos peor que a fines de los noventa, los peores años en el recuerdo colectivo desde que aquellos indicadores están en marcha.
El Banco Mundial mide, en este segmento relacionado a la gestión pública, seis indicadores. El primero, voz y cuentas (accountability), se refiere a la capacidad que tienen los gobernados de ser escuchados y de recibir cuentas por parte de la autoridad. Mejoramos bastante entre 1996 (percentil 33.2) y el 2001 (percentil 51.9). Lamentablemente, desde el 2001 estamos estancados; hoy estamos en 50.7.
El segundo indicador, estabilidad política y violencia, siguió una trayectoria similar: mejoramos entre 1996 (16.3) y 1998 (26.0), y desde ahí hemos tendido a mantenernos en una franja entre los percentiles 15 y 23, donde nos encontramos hoy (20.9). El tercer indicador, efectividad gubernamental, es peor: del percentil 61 que logramos en 1998, descendimos hasta el percentil 31.7 en 2006; hoy estamos estancados en 48 (desde 2010).
Similar desastre en el cuarto indicador, calidad regulatoria. Del percentil 73.5 en 1996, descendimos hasta el 55.9 en 2002, y luego nos mantenemos en una franja entre los percentiles 55 y 67 (hoy, 66.5). Nuestro Estado de derecho, el quinto indicador, es una línea casi plana desde 1996 (percentil 29.2) hasta hoy (percentil 33.2). Léase, no hemos mejorado un ápice en el pilar fundamental del desarrollo inclusivo: que todos los peruanos tengamos el derecho a acceder a una justicia oportuna, honesta y predecible.
El sexto y último pilar, control de la corrupción, es la señal más clara de que no hemos aprendido nada de los noventa y, peor aún, que para nuestra casta política la lucha contra la corrupción es solo una cháchara hueca y populista. Del percentil 51.7 en 1996, descendimos a un preocupante percentil 39 en 2000; desde ahí, no salimos de esa escandalosa franja (hoy en 42.1). Patética realidad.
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