Sandro Venturo Schultz,Sumas y restas
Sociólogo y Comunicador
No está en crisis el gobierno de Humala sino todo el sistema político. Miren las encuestas de los últimos meses: no existe político que genere confianza ni grupo político con respaldo de la ciudadanía. Todos son sospechosos. Quienes van primeros en las encuestas lucen lamentables. Cuando unos acusan a los otros, sin más argumentación que la frase rimbombante, ambos se hunden más. El desprestigio no alcanza sólo a los actores: las principales instituciones públicas nos resultan más ajenas que de costumbre. Las encuestas no exageran.
El descrédito, sin embargo, no es privativo de nuestros políticos y alcanza a la sociedad civil. Los gremios se aíslan, sean de trabajadores o de empresarios, pues se les siente más preocupados en sus intereses corporativos que en el destino del país. Lo mismo le sucede a la mayoría de las ONG. Las protestas callejeras saturan y no resuelven, se vacían en su instinto reactivo y autocomplaciente. El periodismo brilla en su oportunismo y falta de rigor, no ayuda a los ciudadanos a formar una opinión adecuada. Y las tendencias en las redes sociales son más de lo mismo: cada quien siente que su pedacito de red representa a todo el país. La fragmentación se multiplica. De esta forma, todos, tan hepáticos, incrementamos el natural rechazo que ya venimos sintiendo. El páramo se amplifica.
Esta es la crisis de los políticos y de los anti-políticos. Este es el agotamiento de una sociedad sin partidos y con instituciones civiles que no están a la altura de la situación; es el hartazgo ante esa forma de hacer política que bloquea sin rubor propuestas y no se siente obligada a proponer alternativas; es el vicio de la descalificación moralista y del extremismo retórico. Todo grita, nada siembra. Y mientras tanto, los pendientes nacionales se aplazan y el sacrificio de los últimos años se desperdicia.
La infección se esparce gracias a una ciudadanía que no valora el sistema democrático y de una población que no confía en su prójimo. Millones de familias se encierran en sus emprendimientos e insisten en remar sin descanso mientras el barco amenaza con hundirse. Entiéndase bien, lo que está en juego ya no es el puntaje de este gobierno, sino el desenvolvimiento de una comunidad nacional huérfana de liderazgos responsables y solventes.
Los políticos serios y los activistas fértiles tienen la obligación de equilibrarse. Si queremos vivir en democracia, necesitamos otro clima. Hay que confrontar, moderando. Hay que clarificar, intercediendo. Hay que imponer la ley, con la prudencia de la razón que desconfía de sí misma. En un país fragmentado y resentido, lo radical es generar intersecciones. ¿Podremos actuar con firmeza sin perder la conciencia de que estamos en una cuerda floja?
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