Tenía 15 años cuando tomaba el microbús que me llevaba a tomar mis clases en la Alianza Francesa de la Av. Garcilaso de la Vega. Muchas veces llegaba más temprano y, para no perder el tiempo, cruzaba la calle al Museo de Arte de Lima (MALI), en ese momento un modesto museo que fue cautivando mi imaginación y mis ganas de conocer más sobre mi país, su historia, su cultura y su gente. Este hábito se fue convirtiendo en un espacio de aprendizaje que llevé en mi corazón por siempre.
Pasaron muchos años, ya en la función pública se acercaron a mi oficina la directora del museo y algunos miembros del Patronato a traerme el proyecto de remodelación integral del MALI. Habían tocado muchas puertas del Gobierno Central y de la municipalidad sin éxito y llegaron a mí casi sin esperanza. El proyecto era la oportunidad que esperábamos.
Desde el Ministerio de Comercio Exterior y Turismo (Mincetur) queríamos que Lima dejara de ser solo una parada antes de partir a Cusco y Machu Picchu. Como destino, su oferta cultural tenía que ser el centro de nuestra propuesta. El Centro Histórico, como Patrimonio Cultural de la Humanidad, tenía que ser visitado y mostrar su historia y cultura viva, la cantidad de restos arqueológicos en sus alrededores, su floreciente gastronomía y su diversidad cultural, y sus museos nos permitirían ofrecer muchas actividades de calidad que puedan disfrutar los visitantes, sean los que venían por negocios (desde allí se planteó la necesidad de un centro de convenciones y recintos feriales) o los nuevos visitantes que elegían a Lima como destino e, incluso, el turista interno y el propio limeño.
Teníamos recursos pequeños desde el Plan Copesco para el desarrollo de destinos, se hicieron los estudios técnicos y se estableció un plan de desarrollo que empezaba por el primer piso y luego por el segundo. Salí del Mincetur, los subsiguientes ministros (incluyendo los de este gobierno) vieron que esta inversión en el desarrollo del destino Lima era rentable y necesaria para el desarrollo del turismo en nuestra capital y prolongar la estadía del visitante como complemento de otras rutas turísticas en otras regiones. Se prueba que se puede hacer de la inversión en turismo una política de Estado. Pero lo más importante es que ahora, con el MALI renovado, otros jóvenes corazones sean tocados para conocer nuestra cultura y sean abanderados de ella en el mundo.
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